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Donde la locura alcanza su sentido

La crisis había llegado a los niños

La crisis había llegado a los niños

 

El local tenía unas dimensiones idóneas para que un negocio de ese tipo fructificase. Era amplio, espacioso, milimétricamente organizado, aireado y de cara a unos consumidores que pasaban diariamente por él. Junto a su perfecta ubicación, en la fachada podía leerse un cartel que rezaba Se organizan fiestas de cumpleaños o eventos lúdicos infantiles. Interesados llamar al teléfono aquí descrito o preguntar dentro. En el interior no había nadie, lo que nos lleva a sobreentender que nadie celebraba entonces su cumpleaños o nadie tenía algún motivo lúdico para adquirir aquel otro local ofertado. La realidad era que dentro nunca había nadie. Ni entonces, ni en días de aniversario.

Ese reiterante vacío físico del interior constataba con la cara que aquel dependiente tenía. De una avanzada edad, parecía que la apertura del negocio era el último reducto al que se había agarrado aquel hombre apagado, de carácter apacible, callado pero sonriente ante el paso vecinal. Nuestro personaje, un dependiente del traicionero pequeño negocio, nunca mostró satisfacción ante nada ni ante nadie. Sólo la imperfecta forma de su boca contrarrestaba con su modelo de negocio. Con sólo media dentura en cuasi buen estado, las caries acompañaban las palabras que sus labios pronunciaban.

Paradojas del buen vivir, aquel caballero de dentadura irreconocible regentaba un negocio de chucherías, aquellas comidas intemporales que mamá nunca permitía adquirir libremente pero que alguien creó como premio a la buena educación, a las mejores notas y a la satisfacción del festejo. Sin embargo, aquel hombre nunca logró atraer la atención de madres reticentes a comprar gominolas. Ni de ellas, ni de niños escapados del brazo maternal para saborear el placer de la glucosa industrial.

Desconozco la razón por la que la clientela rehuía de aquel simpático negocio. Parece que el crédito se había agotado hasta satisfacer el deseo de niños hambrientos de imperecederos productos. Las reticencias hacia el consumo sólo vienen descritas por el miedo hacia la crisis. Parecía no sólo afectar a inversores, trabajadores de una clase media desangrada o parados sin la esperanza olvidada. La crisis había alcanzado, y robado, la mayor ilusión que una imagen nos enseña: la sonrisa de un niño ante la adquisición del dulce sabor. Eso que lleva a la desilusión del pequeño por el caramelo robado. A partir de ese momento, quizás era más fácil comprender porqué aquel vendedor nunca reía.

1 comentario

Christian -

Oye vi tu blog por un enlace del de Daniel Tordable, que me dice que eres compañero de trabajo.

Sólo decirte que escribes muy bien, pero me da la sensación de que vas a acabar suicidándote.

Creo que cuando una persona escribe profundamente bien, debería evitar desahogarse en momentos chungos, sobre todo porque la gente no acude a tu blog para llorar, y a veces esto es lo que provocas, o al menos, a pensar negativamente.

A mí también me entran depresiones, sobre todo después de trabajar, porque llego reventado, y antes acudía al blog para desahogarme, pero me he dado cuenta de que no tengo por qué amargar a la gente con mis crisis mentales, aunque claro, tú luego harás lo que quieras y lo respeto.

Cuidado con el poder de las palabras bien empleadas.

Un saludo.