Camino o laberinto. ¿Dudar? Quizás
Desconozco quién es la Institución pública, privada o sentimental que se encarga de administrar las emociones que nos golpean en nuestro devenir. Los funcionarios de este maravilloso Ente se encargan de proporcionarnos una pequeña ración cada determinado tiempo a modo de anestesia. Así, en cado uno de los casos su función será recordarnos que la senda emprendida es maravillosa, bien que es una mierda (siendo o no consciente de ello) o, sencillamente provocar nuestra atención y no dejarnos caer en la tentativa que supone la constante pasividad.
Ahora que el barco del 2008 ha zarpado, los deseos que con él quieren flotar son muchos. Estupideces, la gran mayoría de los casos. Es decir, no actos que vayan a cambiar nuestro habitual estilo de vida, pero sí promesas que actúan como desfibriladores para nuestra conciencia. Tomas las uvas y piensas: aprender idiomas, dejar de fumar, hacer deporte. Blablablabla. Al día siguiente amaneces con una resaca que se disfraza de demonio y eres consciente de que todo ello quedó ahogado en tu primera copa del nuevo año. Espeluznante, de veras.
Sin embargo, sólo el paso del tiempo te permite ir analizando el estado de las cosas (de las tuyas, de las mías, de las de todos en general) con la objetividad que cabe en un vaso de agua. Despejar un horizonte que hasta no hace mucho tiempo podría haberse vestido de un color totalmente diferente al que tiene ahora, lleva un tiempo que no siempre estamos capacitados para aguantar en la sala de espera. Porque las salas de espera huelen a escasez de esperanza. Es una mezcla a desesperación, a zotal y a muerto. Sobre todo a muerto. Y en esas condiciones la espera se hace muy larga.
Pero dejando a un lado las condiciones de salubridad de las salas de espera, uno nunca tiene la certeza de haber acertado cuando dos (o más) caminos se cruzan en nuetro planeta tranquilidad. De ahí que la espera sea necesaria. La valoración definitiva tardará en llegar. Hasta entonces, la valoración propia que nosotros realizamos nunca termina de gustarnos del todo. La eterna decisión que asoma con dos cabezas visibles.
- Creo que he hecho lo mejor -insinúas cuando la más mínima mota de felicidad te rodea. Mientras, miras al horizonte con cara de ganso para hacer público tu efímero estado. Que me aspen si no es así.
- Quizás si hubiera elegido el otro camino ahora no pensaría así -entonces giras la cabeza y pareces ver a un tumulto de personas que te despiden con pañuelos blancos. Como en esas películas de infames despedidas al calor del vapor del tren. O sí, como en la Guerra Civil.
Uno nunca tiene la certeza de saber si toma bien sus decisiones. Siempre queda esa genial actitud que te hace poner en duda la consagración de tus actos. Entonces crees tener en tu estómago decenas de malditas palomas que cagan al sonido de tus pensamientos. Al menos, siempre te quedará el consuelo de que las palomas dan asco. Nuestras dudas y pensamientos, sólo a veces.
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Marcos Sierra -