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Donde la locura alcanza su sentido

The Stranglers como hilo musical lapidario

The Stranglers como hilo musical lapidario

No le convenía leer esto. Antes de ese momento, sabía que todo su pensamiento giraba en torno a una idea. Fija, en ocasiones, variable ante el devenir de ideas perecederas. Sabía que el frío marmol que entonces subyugaba su espalda se convertiría en un martirio con el que afrontar su delicada estabilidad. Ni siquiera las burbujas que se forman mezclando agua con ácido podrían sanarle tal dolor de sentimientos.

Había muerto. Nunca se esclarecieron muy bien las causas de una pérdida que servía como acicate de ese portazo dado. Se hablaba de un disparo en la garganta. Ya daba igual. En el entierro, sonaban The Stranglers, la canción Golden Brown para ser más exactos. Lágrimas bucólicas disfrazadas de un sinfín de comentarios sobre lo que había sido en vida. Ya nunca volvería a escuchar críticas infundadas en sensaciones de una noche, o maquilladas alabanzas que se habían presentado como regalo para oídos necesitados de adulación barata.

El temblor de sus piernas denotaba que se había equivocado con improntas decisiones dadas con el consentimiento de las prisas. Con esa necesidad de arreglar los entuertos que su cabeza se generaban con la rapidez con la que una lavadora centrifuga. Lloraba de rabia, de impotencia, de insano deseo, conocedora de que ya nunca tendría la oportunidad de decirle lo mucho que lo odiaba. Quizás por eso, la pelea se había convertido en la llave que abría y cerraba el fluído tráfico de sentimientos. Ya no tendría posibilidad de focalizar la estupidez que los rodeaba cuando no se ponían de acuerdo.

Había muerto. Todos salen del cementerio. Las ratas comienzan a relamerse las uñas. Ya no había tiempo para más cuerpos rectos y ojos invariables ante la inmovilidad que presentaba. Ya no se movería. Ya no mentiría. Todo aquello, ya no le dolería.Quizás había encontrado una vía de escape que nunca creyó que existiría. Estaba muy cansado, aunque ya las ojeras no le importarían mucho. Ya sólo le quedaba descansar. Por fin nadie le molesta. Por fin no le importa lo que piensen de él, las acusaciones que sobre él se viertan. Nunca tachó aquel día de la agenda. Toca pasar página, aunque su libreta ya está cerrada. Debería haber muerto más a menudo.

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