El casco era lo de menos
Giró con su coche el pequeño recóndito esquinado que separaba una calle con otra aún a riesgo de encontrarse con ella. Antaño, solía quedar cerca de esa zona, donde las relativas comodidades de los bancos de piedra y el azúcar plastificado de las gominolas servían de retiro espiritual. Sin caer en la cuenta de la zona en la que se encontraba, torció a la izquierda y, granjeado por el atasco reinante, pisó el freno y paró el coche casi en un insultante acto reflejo. Entonces, la vio reflejada bajo el cristal izquierdo.
Llevaba casco. Signo inequívoco de su pasión por una moto que descansaba a su vera. En ese momento era su única compañía. La seguridad que otorga el casco no está reñída con la plasticidad que en tu rostro forma. Nadie puede poner en duda que los cascos afean. En su caso no era para menos, aunque la planidad que en su cara se generaba hacía de ella lo más parecido a un pez dentro de una pecera cilíndrica con ojos grandes inclusive. Chof, chof. Afortunadamenta no había cambiado mucho. O al menos, creía que no dado lo que él podía observar desde su posición en el asiento del piloto y la escasa transparencia facial que el casco dejaba vislumbrar.
Sin darse cuenta parecía haber retomado una situación hasta entonces conocida pero desde aquel momento un tanto extraña. Sin capacidad de reacción, esperó a que el coche anterior partiera, el tráfico diese una tregua, aceleró y dio rienda suelta a la oportunidad perdida. Llegó a casa. Recordó aquellos escasos segundos -intuyendo la desaparición del casco en esa imaginaria fotografía, claro está- y rezó por seguir deseándola. Aquella noche no tuvo ninguna duda: se masturbó pensando en ella.
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Pati -