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Donde la locura alcanza su sentido

Un retorno que sabe a algo más

Un retorno que sabe a algo más

La victoria del Atlético de Madrid ayer ante el Schalke 04 no sólo supone un billete de ida para la Champions League, ese espacio de glamour futbolístico que calibra el pedigrí cualitativo de los mejores clubes del mundo. La goleada del Atlético cierra las múltiples heridas de un club estenuado, hastiado y cansado de unas mediocridades que lo han llevado al abismo de lo absurdo. Decenas de entrenadores y centenares de jugadores han intentado sacar de esa habitación oscura a un club que, hasta no hace mucho, presumía de ser el tercer equipo español. Desde el descenso a Segunda División la empresa en la que se había convertido el Atlético de Madrid no había producido sino pérdidas. Ya no sólo en el ámbito económico, sobre todo las demostraba en el terreno deportivo. Este paréntesis de doce temporadas -el tiempo en el que se ha esfumado de la Europa de los grandes- sólo han servido para demostrar las múltiples carencias de las que todos los estamentos del club han hecho gala. Ahora, la herida está cerrada y con ella, la irrelevancia futbolística atlética.

Amparado en la mala suerte y en el síndrome manido del pupas como alfa y omega del club, las penosidades habían estado presentes en su descanso. Anoche, el Atlético dejó de ampararse en una filosofía de dudoso reconocimiento para dar rienda suelta a una ilusión, a un deseo, hasta alcanzar ese mayor salto de calidad. Pero sobre todo los rojiblancos supieron recoger esa necesidad en la que se había camuflado este retorno a la élite mundial.

Alcanzar la Champions para el Atlético no supondrá ningún acicate en su resentida colección de títulos. El Atlético no la ganará. Posiblemente su paso por la competición no alcanzará cotas de magnificencia, pero sí se transforma en un alta voluntaria que el club llevaba buscando desde hacía años. Las celebraciones de anoche, revestidas con un toque de esa magia que envuelve el fútbol europeo, tan sólo se justifican con la recuperación de un hueco que dejaron de reservarle hace tiempo. Ahora el Atlético está en todo su derecho de reclamar lo que le quitaron: sencillamente, un prestigio, ahora renovado.

Y parte de esa culpa la tiene un genio llamado Agüero. No sólo está llamado a ser una estrella mundial. Tiene esa capacidad de hacer providenciales a un puñado de medianos jugadores que actualmente le rodean. El Atlético sin Agüero es una mediocridad que sólo sueña con respirar. Con él, el bloque se auna a su alrededor para consagrarle como lo que es: una progresión constante revestida de grandeza. Anoche él solo desmontó un esquema alemán bien configurado para su objetivo. Prevenir al Atlético, aplicarle ese toque de ansiedad tan conocida en el Vicente Calderón y aprovechar la pegada que la metalurgia alemana siempre ha demostrado. Sin embargo, no contaban con esa superioridad que al Atlético se le presupone cuando Agüero juega.

La Europa de los ricos. La futbolísticamente tramposa Europa, aquella que te puede acercar más al abismo que a la gloria en caso de no tener una buena planificación. La Europa de los focos y la textura televisiva diferente espera de nuevo al Atlético de Madrid. Ante ello, las carencias de las que aún adolece este equipo no deben ser escondidas por una coyuntura disfrazada de celebración. Si el Atlético no quiere volver a ese numeroso grupo de aspirantes a la nada, tan sólo al suspiro, debe reforzar una plantilla que sólo rezuma aspiraciones. Con el Kun es algo más. Él sólo, ya es algo más. Bienvenido Kun, bienvenido Atleti.

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El nombre nunca importó -

Mientras unos escriben, otros no duermen.