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Donde la locura alcanza su sentido

Loco Fútbol

El modelo tenía un precio

El modelo tenía un precio

La Champions League es la competición que marca no sólo la grandeza a la que un equipo aspira a rodear, sino también que da muestras del presente deportivo de clubes derrochadores, caprichosos, enajenados por codiciosos objetivos y borrachos de la gloria que jugadores y espectadores observan y disfrutan con la máxima competición de clubes que existe en el fútbol europeo. Los cruces de octavos de final han cristalizado sobre el terreno de juego el contexto que dibujan los grandes equipos continentales. Tendrán en la siguiente fase la corroboración de un buen trabajo realizado, una desarrollada planificación deportiva o la consolidación de un modelo asimilado.

Porque si hay un equipo que ha plasmasdo sobre el terreno de juego la mediocridad a la que se ha expuesto en las últimas fechas ese es el Real Madrid. Ahogado por una crisis institucional de la que creía haber salido con un buen puñado de victorias, enmarcadas la gran mayoría bajo el pragmatismo de su pegada, la eliminatoria ante el Liverpool no sólo ha demostrado las muchas carencias de quien se presume como el mejor equipo del mundo, sino que ha golpeado el corazón de una institución que tradicionalmente ha tenido en la Champions League su bálsamo a las múltiples convulsiones que ha sufrido. Europa es para el Madrid el perfecto escenario en el que plasmar la grandeza que engalana su sala de trofeos. Ahogado en el plano táctico, indisciplinado en la efectividad y auspiciado en su grandeza; esta eliminación demuestra su nula creencia que la propia plantilla tenía de su futuro en esta competición. Los de Rafa Benitez abofetearon el presente de un equipo que necesita la ventilación de las elecciones, la renovación de aires y la demostración de que un nuevo modelo deportivo, económico y social podrá devolver al Madrid a una grandeza denostada.

Precisamente, la Champions parece habe devuelto al Barcelona esa estabilidad emocional tan necesaria para los culés en su forma y en su modo. Acosados por la obligación de aunar victoria y excelencia, la filosofía culé se plasmó en su quintaesencia en el encuentro de vuelta ante el Olympique de Lyon. Acosado por las dudas generadas durante sus últimos partidos, el Barcelona logró respirar con el buen fútbol como axioma de su existencia. Ganó y convenció durante un primer tiempo sencillamente formidable. Rapidez, control, presión y eficacia. Iniesta ha vuelto a dotar a los culés de un equilibrio en el centro del campo que provoca la movilidad indescriptible de Xavi y la apertura de espacios de Messi. Así, los de Guardiola golearon a un equipo francés que sólo pudo contemplar el regreso del buen fútbol a un Camp Nou acosado por las dudas. Si el equipo ha retomado la senda victoriosa con el aplauso como reflejo exterior, a partir de ahora su único enemigo puede ser la ambición de verse con posibilidades de hacer un triplete histórico. Eso significaría la plasmación deportiva del cruyffismo como modelo de éxito, como modelo iniciado hace 20 años y que es tan estético y preciosista en su victoria como funesto y arollador en su derrota.

Pero si uno de los cuatro equipos que ha perdido la oportunidad de retomar un prestigio total ha sido el Atlético. Acosado por el miedo de la inexactitud en todo lo que rodea el dietario rojiblanco, la eliminatoria ante el Oporto suponía el acicate para demostrar que el proyecto abanderado por un crepúsculo de geniales atacantes podía servir de base para futuras ideas, hipotéticos títulos. Sencillamente, el Oporto era la oportunidad para medirse de frente a un equipo deportivamente similar a los rojiblancos, para ganar una eliminatoria a priori equiparada pero que en realidad ha dejado a unos rojiblancos expuestos a la inferioridad que hasta ahora no había atesorado en Europa. La ida puso de manifiesto que el Atlético se equivocó al leer el partido. En la vuelta, Abel privó al equipo de una predisposición más ofensiva al dejar a Forlán en el banquillo durante 63 minutos. Eso aires que el Madrid parece necesitar son también más necesarios que nunca entre su vecino. La diferencia es que el aire que respira el Atlético lleva viciado años. Concretamente, el tiempo que los Gil llevan ocupando el trono monacal de un club agasajado por múltiples necesidades históricas.

En el otro extremo de estos ejemplos se sitúan el Villarreal. Con un modelo basado en la sensatez que desde los despachos se ha emanado siempre, es Pellegrini quien dota de esa responsabilidad táctica y deportiva a un conjunto que en sus dos participaciones en Champions ha logrado pasar la barrera moral de los octavos de final. Todo un logro para un equipo cuya sede social es una ciudad de poco más de 40.000 habitantes y que ha sabido aunar un modelo de proyección con la idea de un equipo vendedor. A medio camino entre la estrella y la consagración, el futbolista del Villarreal tiene claro cuál es su rol tanto en el conjunto con la competición que juega. Si a ello se le suma el metodismo y la inteligencia de un entrenador personalista como Pellegrini, el equipo sabe adoptar unos niveles de competitividad que le tienen cuarto en liga y entre los ocho mejores equipos del continente.

Ahora llegan los cuartos de final donde tanto Barcelona como Villarreal tendrán que hacer frente a un pomposo elenco de equipos europeos entre los que, como ya pasó el año pasado, los ingleses copan cuatro de esos ocho lugares más privilegiados. De ellos, tanto Liverpool como Manchester se apuntan a la grandilocuencia del favoritismo. No sólo por nombre u hombres de su plantilla sino por la grandeza que en competiciones así emana de un fútbol preciosista en momentos, pragmático en otras. Arsenal y Chelsea deberán corroborar en la Europa olvidada que los males de la Premier se deben a la imponencia del club de Old Trafford. Entre ellos, un portugués -Oporto- que sabe perfectamente a lo que juega, y que puede aprovechar la flexibilidad, dinamismo y rapidez de su tripleta atacante -Lisandro, Cebolla Rodríguez, Hulk y Lucho- con su experiencia en competiciones de detalles como la Champions. El retorno es el de Bayern que sin hacer mucho ruido ha logrado 12 goles en una eliminatoria que puede devolver a los bávaros a la élite de un fútbol europeo que nunca le olvidó. Los clubes llaman a las puertas del fútbol europeo. Los clubes se juegan algo más que un título. Exportar y triunfar con el modelo diseñado tiene su precio. Llega la gran Champions. La gran Europa.

El Atlético anima la Liga

El Atlético anima la Liga

El interés que la liga podía deparar tuvo ayer una muestra de que las 15 jornadas que restan serán emocionantes, apasionantes y extramadamente competitivas. Hay liga. Y la hay, ya no sólo por ese valor estadístico fundamental e irrefutable que dice que en tres jornadas, el Real Madrid ha recortado ocho puntos a su predecesor. Hay liga, porque el Barcelona ha entrado en una espiral vertiginosa de la nada. Acosado por un equipo blanco que ha sabido adaptar su juego a su discurso, los blaugrana parecen haber optado por ese caída libre psicológica y deportiva increíble hace tan sólo un mes.

Porque si hay algo que diferencia a blancos y azulgranas en situaciones extremas es la fortaleza psicológica de la que unos presumen, y otros adolecen. De un lado, el Madrid, con sus diez victorias consecutivas ha logrado fortalecer una moral minada con el desastre institucional iniciado hace dos meses. Entonces, nadie abogaba por estar tan cerca del todavía líder. A los blancos no les hace falta un gran juego para llevarse los partidos con la facilidad que hasta ahora han demostrado. Dejando de lado la prosa heróica de hace dos años, ahora plantea los partidos con una tranquilidad de quien se sabe ganador, de quien conoce la inercia positiva y de quien, con un perfil bajo, reconoce que su momento puede llegar pronto. El sábado ante el Espanyol volvió a demostrar que con poco es capaz de desmontar a su rival. En concreto, sólo tuvo que modificar un esquema partido en dos, por otro tiznado de rigidez. Entonces, el anclaje en centro del campo de Lass, apoyado por la salida del balón de Raúl, fue suficiente para atizar con dos paletas la inoperancia espanyolista. Así, y con brillante excepción de los encuentros ante Betis y Sporting, el Madrid ha logrado treinta puntos consecutivos y ha demostrado que sabe adaptar sus necesidades a las muchas virtudes de las que es capaz.

Del otro el Barcelona. El fútbol de seda por excelencia que de forma inexplicable ha caído en la tentativa del miedo. El Barcelona, a diferencia del Madrid, no sabe ganar sin el preciosismo que siempre necesita demostrar. Y eso le afecta negativamente en el trascurso de unas jornadas donde su rival recorta puntos como antaño los blaugranas goleaban. El Barcelona siempre ha avanzado con el juego y la psicología como alfa y omega de su existencia. Como una relación directa, borrando uno de estos elementos, el otro también se ve afectado. Y la traducción clasificatoria está bien clara: ocho puntos menos en tres jornadas. El encuentro de ayer ante el Atlético es una buena muestra de la situación en la que los azulgranas se encuentran. Han perdido la conjunción entre líneas. Eso demustra que el centro del campo, su gran referencia a la hora de romper los encuentros a su favor, ya no encuentra el viento. Ayer el Barcelona se dejó contagiar por una carrusel de goles y emociones en el que el Atlético de Madrid se mueve mejor que nadie. Pareció pactar con los rojiblancos un antiacademismo del que salieron impunes los de Abel. ¿La razón? Esa que los rivales van entendiendo a la perfección: ahogo en el centro del campo, presión insuflante a la defensa blaugrana y una falta de frescura que denota que estamos en marzo. Si a un equipo que respira a través del balón, le azotas con la mirada enfrentada, parece no reaccionar ante la ingobernabilidad que ultimamente ha demostrado. Peligrosa tendencia para afrontar tres competiciones en tres meses.

Ante ello, ya nadie duda de que hay liga. El Madrid, aunque callado ante el devenir de nervios ajenos, sabe perfectamente que su momento ha llegado. Después de estar desauciado deportivamente hace apenas semanas, los blancos han recuperado un espíritu que nunca han dejado de demostrar. Hace dos temporadas, apelaron al romanticismo de ese club. Ahora apelan a la serenidad y la tranquilidad. Características que parece haber perdido el Barcelona. Ese club que parecía el más cuerdo de los cuerdos. Hasta hace tres jornadas. Hoy, con ocho puntos menos, la locura parece haberle arrebatado la verticalidad. Tan necesaria en su juego, y en su estado anímico.

El futbolista milimétrico

El futbolista milimétrico

La madurez que Xavi Hernández ha alcanzado en su fútbol le ha convertido en el líder que marca la música de Barcelona y de la Selección Española. Con una batuta milemétrica que ritmea el estilo de sus equipos, Xavi también ha impregnado de seda el fútbol que despachan ambos equipos. Su forma de ensemblar su juego trae consigo el aprecio por el control, la obsesión por la precisión, el desprecio por la patada. Despacha a la perfección los conceptos básicos que su diccionario futbolístico muestra: control, pase y movimiento. Fotografías inequívocas que el Barça de las temporadas 2004-2005 y 2005-2006, el actual y la España campeona de Europa muestran.

La llegada de Xavi al primer equipo respondió a esa cultura que el Barcelona generó con el post-cruyffismo. Aterrizó en él para dar el relevo generacional a Guardiola, el jefe de la banda, cuando el suyo fue un despacho injusto alineado con un fin prematuro. En aquel equipo, Xavi buscó y encontró el papel de catalizador que ahora rezuma. Supo que la idea futbolística a desarrollar pasaba por su mecanicismo, por su precisión. Sin embargo, Xavi se infiltró en un centro del campo inocuo en su creación y desenfocado en su estilo. Un centro del campo faltó en su fondo, aburrido en su forma. Era el Barcelona holandizado, el de Van Gaal, el de la nada. Un Barcelona en busca de una identidad borrada con la necesidad y la impaciencia que el fútbol lleva consigo.

No fue hasta la llegada de Rijkaard al banquillo del equipo catalán cuando Xavi asumió el rol que, sin la finura de otros estilistas, trae consigo su baile de movimientos. Abondó la soledad de la medianía, para liderar la idea que desde entonces el Barça desarrolla. Con su 1’70 de estatura, el papel de complemento en un centro del campo rígido no era el suyo. Ni el de obstructor en tares defensivas. Necesitaba un espadero tras él para dotar de mecánica la milimetría que aquel equipo podía desprender. En aquel momento fue el fichaje navideño de Davids el que liberó a Xavi de la horizontalidad, para ubicarle en  la línea de tres cuartos y desde ahí capitanear la verticalidad del equipo. Amplió su perímetro de trabajo y adelantó su posición unos metros para abarcar el enlace ofensivo con la construcción trasera. Y entonces el Barcelona abandonó el fútbol funcionarial para dar paso a un juego matemático con dosis de pura indefición. Anárquico de modales aristocráticos.

Llegaron los títulos y con ellos el asentamiento definitivo que la huella de Xavi dejó en una marca barcelonista modelada desde la salida de Cruyff. Su papel en todos los aspectos del juego, cada vez más participativo y presencial, otorgó al jugador la perfección en su cirulación, la exactitud de sus lecturas o el aprendizaje para golear. El futbolista completo para equipos complejos. Pero no ha sido tanto con los títulos en el Barcelona, como con la consecución de la Eurocopa por parte de España, cuando Xavi ha recibido el reconocimiento que el fútbol otorga primero y aplaude después. El juego visto con un fluído milimetrismo y una sencillez desprendida de la idea que Xavi enseña: control, pase y movimiento.

Un retorno que sabe a algo más

Un retorno que sabe a algo más

La victoria del Atlético de Madrid ayer ante el Schalke 04 no sólo supone un billete de ida para la Champions League, ese espacio de glamour futbolístico que calibra el pedigrí cualitativo de los mejores clubes del mundo. La goleada del Atlético cierra las múltiples heridas de un club estenuado, hastiado y cansado de unas mediocridades que lo han llevado al abismo de lo absurdo. Decenas de entrenadores y centenares de jugadores han intentado sacar de esa habitación oscura a un club que, hasta no hace mucho, presumía de ser el tercer equipo español. Desde el descenso a Segunda División la empresa en la que se había convertido el Atlético de Madrid no había producido sino pérdidas. Ya no sólo en el ámbito económico, sobre todo las demostraba en el terreno deportivo. Este paréntesis de doce temporadas -el tiempo en el que se ha esfumado de la Europa de los grandes- sólo han servido para demostrar las múltiples carencias de las que todos los estamentos del club han hecho gala. Ahora, la herida está cerrada y con ella, la irrelevancia futbolística atlética.

Amparado en la mala suerte y en el síndrome manido del pupas como alfa y omega del club, las penosidades habían estado presentes en su descanso. Anoche, el Atlético dejó de ampararse en una filosofía de dudoso reconocimiento para dar rienda suelta a una ilusión, a un deseo, hasta alcanzar ese mayor salto de calidad. Pero sobre todo los rojiblancos supieron recoger esa necesidad en la que se había camuflado este retorno a la élite mundial.

Alcanzar la Champions para el Atlético no supondrá ningún acicate en su resentida colección de títulos. El Atlético no la ganará. Posiblemente su paso por la competición no alcanzará cotas de magnificencia, pero sí se transforma en un alta voluntaria que el club llevaba buscando desde hacía años. Las celebraciones de anoche, revestidas con un toque de esa magia que envuelve el fútbol europeo, tan sólo se justifican con la recuperación de un hueco que dejaron de reservarle hace tiempo. Ahora el Atlético está en todo su derecho de reclamar lo que le quitaron: sencillamente, un prestigio, ahora renovado.

Y parte de esa culpa la tiene un genio llamado Agüero. No sólo está llamado a ser una estrella mundial. Tiene esa capacidad de hacer providenciales a un puñado de medianos jugadores que actualmente le rodean. El Atlético sin Agüero es una mediocridad que sólo sueña con respirar. Con él, el bloque se auna a su alrededor para consagrarle como lo que es: una progresión constante revestida de grandeza. Anoche él solo desmontó un esquema alemán bien configurado para su objetivo. Prevenir al Atlético, aplicarle ese toque de ansiedad tan conocida en el Vicente Calderón y aprovechar la pegada que la metalurgia alemana siempre ha demostrado. Sin embargo, no contaban con esa superioridad que al Atlético se le presupone cuando Agüero juega.

La Europa de los ricos. La futbolísticamente tramposa Europa, aquella que te puede acercar más al abismo que a la gloria en caso de no tener una buena planificación. La Europa de los focos y la textura televisiva diferente espera de nuevo al Atlético de Madrid. Ante ello, las carencias de las que aún adolece este equipo no deben ser escondidas por una coyuntura disfrazada de celebración. Si el Atlético no quiere volver a ese numeroso grupo de aspirantes a la nada, tan sólo al suspiro, debe reforzar una plantilla que sólo rezuma aspiraciones. Con el Kun es algo más. Él sólo, ya es algo más. Bienvenido Kun, bienvenido Atleti.

La última mueca de Ronaldinho

La última mueca de Ronaldinho

Cuando uno admira el fútbol como ente que sobrepasa todo razonamiento lógico, es disparatado no pensar en el futbolista como ese totem que se asienta en la supestructura. Generalmente, el jugador de fútbol no logra comprender el sentimiento como alfa y omega del aficionado a cualquier equipo. Más bien se erige como un trabajador de la pelota que, según el caso, debe unos inalcanzables sueldos a parar, defender, equilibrar o atacar. En algunos casos se convierte en un funcionario del balón, cumpliendo con su cuestionable responsabilidad, pero sin alardear de algo más que mereciese una propina. En otros, destellea con fútbol de seda como escaparate hacia cotas mayores y sueldos de parqué, que dan paso a una decadencia inmobiliaria traducida en una retirada espiritual hacia algún país donde el fútbol es más bien un elemento de burda propaganda gubernamental. A veces, el futbolista tan sólo vive sin sobresaltos y pasa sin pena ni gloria por la nómina de algún club al que besar el escudo.

Ronaldinho ha pasado por todas estas fases que, sin necesitar de cátedra para su estudio, no se alejan de la realidad futbolística que nos rodea. Llegó a un Barcelona triste en su forma y en su fondo. Sabedor de la importancia que su presencia tenía para la reconversión al cruyffismo alegre y salsón, el brasileño no se escondió ante unas responsabilidades que otorgaban tanto al club como al propio jugador unos beneficios netos traducidos en reconomiento y títulos, goles y besos, ego e impaciencia. Y llegó la confirmación de que aquel Barça en proceso de renovación había adquirido la madurez del reconocimiento en la temporada 2005-2006. Comandado por un puñado de geniales peones del gol y del sudor, y bajo la complaciente mirada de Frank Rijkaard, los catalanes alcanzaron unas cotas de éxito que curiosamente sirvieron como acicate del crimen deportivo que se perpetraría en los dos siguientes cursos.

Sin embargo, no fue hasta esta última temporada cuando Ronaldinho se autocolocó en el mercadeo futbolístico. Ese que disgrega para con los objetivos de tu equipo. El que parece permitir todo tipo de excesos y caprichos. Aquel que dispara contra el continuismo y el asentamiento de los proyectos a medio plazo. Ronaldinho ya no quería ser feliz en Barcelona ni hacer feliz al Barcelona y, por ende, hacer de sí mismo una caricatura anatémica de lo que algún día fue.

Buscó al Milan, ese equipo donde el cementerio de jugadores parece ubicarse en su estadio, San Siro: Rivaldo, Ronaldo y ahora Ronaldinho. El Barça encuentra en los italianos un perfecto lugar donde colocar a jugadores con un plan de jubilación simétricamente preparado. Aunque esta vez, al Milan, la barataria le ha salido por un ojo de la cara dada la fuerza con la que el Manchester City llegaba para dar natillas a Ronaldinho. Veinticinco millones de euros para ejecutar un plan de retiro que nadie sabe cómo acabará. La alegría llegó al Camp Nou un día de octubre del 2003 con un impresionante gol ante el Sevilla. Se apagó cuando se supo imprescindible. El Gaucho vuelve a sonreir, quizás sabedor de que con su marcha al Milan se cierra un ciclo en el que su figura ha estado ligada paralelamente al éxito y al llanto del Barça, Ahora, Milan huele a salsa, Barcelona respira, Laporta se frota las manos.

Por y para la Eurocopa

Por y para la Eurocopa

La derrota ante Holanda en el primer partido del manido grupo de la muerte, puso de manifiesto el desmembramiento al que el esquema italiano se había enfrentado. Entonces, pongo en dudas que incluso ellos, no muchos confiaban en un sistema de dientes y bofetadas para seguir en la senda del triunfo. Llegaron a esta Eurocopa con las mismas pocas ganas de asentar un estilo fiable ante el indudable potencial de unos nombres y hombres martilleados por la edad. Su paso hacia la segunda fase de la competición se disfrazó de alfa y omega azzurri como costumbre victoriosa italiana. Sonaba entonces a mofa hacia el fútbol que esa selección se hubiera plantado como eterna candidata a ganar de nuevo, y de nuevo con las mismas malas artes de antaño.

Estaban aquí y, viendo de la forma en la que su pase se había logrado, este cruce de cuartos de final ante España era el fiel ejemplo de costumbrismo italiano, de la sinrazón que en ocasiones rodea de enigma al fútbol. Enfrente, el rival idóneo para ello. Una selección española perseguida por el dogmatismo derrotista, en la que este mimetismo perdedor suponía un trance perfecto para, por un lado seguir fomentando las penosidades transalpinas, y por otro, continuar otorgando a España la capacidad de la imposibilidad. No pasar de cuartos y punto.

Sin embargo, el resultado de anoche no sólo supone un paso histórico en el devenir español. Es algo más. Algo homérico, que supone la confirmación de un estilo que no se dejó ganar por el gigante antifútbol. Con matices que en ocasiones hacían pensar en dejar de lado el fútbol de culto, el de las gafas; para dar paso al de la pasión, al de las uñas; España se ha plantado en unas semifinales 24 años después. Ese beneficio de la duda hizo que la selección de Luis, de Casillas, de categoría pública, controlase un oficio italiano que reduce a la nimiedad el papel de sus rivales. Hasta anoche. En ese momento, España no cambió su fútbol sedoso por el intercambio de golpes que propusieron los italianos. Con un Silva en plena efervescencia de estrella, un Senna implecable y un Casillas que sigue oliendo a lo que ha sido desde siempre, Italia se vio desdibujada dentro de un esquema que no va con ellos. La propuesta siguió su rumbo y ya los penaltis se eregían como una injusticia visto lo visto en esos 120 minutos de esperanza, de pasión, de fantasmas. Los lanzamientos desde los once metros, un azar que lleva tras de sí un guión perfectamente interpretado, pusieron de manifiesto que España ha superado ese trauma de los cuartos como losa, de los miedos malinterpretados, del fútbol como ilógico camino hacia la unión. Por y para la Eurocopa, España sucumbe ante la auestima nacional, se apunta a la celebración y, ya de camino, al éxito.

Europa huele a césped

Europa huele a césped

Una gran parada de Van der Saar a un perfecto disparo de falta de Pirlo en la incertidumbre del segundo tiempo, cambió la imagen de un encuentro que hasta minutos antes los holandeses habían dominado en todas sus vertientes. Ahí podría haber vuelto el alfa y omega transalpino. Ese que siempre le ha servido de salvación en las rectas finales de los encuentros. La épica remontada que siempre ha escondido las penurias de un sistema que se adapta a la soledad del disfraz italiano. Ayer no fue posible. Por esa parada, y porque Holanda conjugó el buen fútbol que siempre ha mostrado con unas dosis de mimetismo muy vistas en el Calcio. Las dos mejores ocasiones italianas tuvieron como respuesta dos contragolpes perfectos en los que el gol se erigió como la mejor coartada para poner de manifiesto que Italia huele a decepción.

Con una predisposición táctica perfecta, los oranges demostraron que la anarquía reinante hasta no hace mucho tiempo ha dejado de conjugarse con un fino estilo de juego y una gran pegada. Ahora el manido fútbol total holandés alcanza cuotas de candidatura a campeón. La mejoría defensiva, la irrupción de un centro del campo sólido y coordenado por un sensacional Sneijder, la pegada de Van Nistelrroy y la volatilidad de Van der Vaart, Van Persie o Kuyt; son los signos inequívocos de que ahora Van Basten ahoga sobre el banquillo las múltiples enseñanzas como entrenador, de quien fue un mejor futbolista.

Quizás porque Italia no está acostumbrada a que le desafíen a la cara desde el principio, el gol de Van Nistelrooy destapó las carencias de quien ha llegado a Suiza con el mismo esquema de juego gracias al cual fue Campeón del Mundo hace dos años. En ese momento, eran los propios italianos los que no daban crédito a tanto premio para tan poco fútbol. Hoy ya son sabedores de que sin Totti en el campo, la soledad de Pirlo en la construcción deja sin recursos a la escasa imaginación azurri. Depresión asegurada en la que la tristeza futbolística de Gattuso y Ambrosini sigue presente. Una lástima.

Con todo ello, Holanda aprovechó mejor los recursos que Italia se dejó por el camino. Es cierto que parecen escasos, pero las numerosas opciones que el fútbol transalpino arroja en las grandes competiciones hacen de su juego un arma arrojadiza para el rival. A saber: hasta la ocasión errada por Luca Toni en un mano a mano con Van der Saar, los italianos parecían mostrar que el baño que Holanda le estaba dando no iba con ellos. La desidia colectiva auguraba un cambio de sistema ante el fracaso catenaccista. Entonces la entrada de Del Piero y de Cassano provocó la conexión que Pirlo necesitaba. El Plan B italiano entró en juego. Hasta tres ocasiones claras de gol tuvieron los de Donadoni antes de que Van de Saar despejara la falta de Pirlo que se auguraba como la antesala del mismo cuento repetido de siempre. Entonces, Heitinga recogió el rechace, cambió hacia Van Brockhorst, Kuyt falló y el ex barcelonista aprovechó de cabeza un posterior centro del rubio del Liverpool. La perfección conjugada en tan sólo cinco toques. Los mismos que Pirlo no encontró en todo el encuentro para darle aire a una Italia que silbaba alegremente por el campo mientras su rival desnudaba poco a poco un esquema, que hasta ayer, parecía válido.

Junto a las muchas pinceladas que Holanda dejó ayer, hasta el momento parece que tan sólo Portugal y Alemania se han situado en esa cabeza de aspirantes serios a ganar la Eurocopa. Los primeros, porque el culto como futbolista a Cristiano Ronaldo no esconde la importancia de contar con jugadores sublimes en la articulación como Deco, Moutinho o Petit, la velocidad quebrante de Simao o Quaresma, o la armonía defensiva de Pepe y Carvalho. Si esta gran generación no se consagra en Suiza y Austria será por una penosa carencia de gol (hasta cuatro postes tuvieron los portugueses) como único mal endémico del equipo. Por su parte, los alemanes siguen sin demostrar nada en su juego pero mucho en sus cotas. Con un fútbol metalúrgico que no esconden, la gran pegada de Klose y Podolski puede ser suficiente para devolver a los alemanes a una grandeza en su forma y en su fondo. Con poco más de lo que hicieron ante Polonia, su llegada hasta semifinales se antoja fácil. Portugal forja personalidad. Alemania prestancia colectiva. De Francia ni hablamos. Afortunadamenta, la Eurocopa tan solo acaba de empezar.

El Atlético parece volver

El Atlético parece volver

El Atlético volverá a la Champions la próxima temporada tras once temporadas (traducidas en trece años) de ausencia en el fútbol europeo de alta competición. Desde aquella eliminatoria ante un Ajax en plena descomposición, la trayectoria deportiva del equipo no ha admitido un solo ápice de confianza.  Entre medias del abismo, el descenso a la Segunda División conceptualizó en el terreno de juego el desastre institucional en el que el Atlético ha estado inmerso en los últimos años donde los proyectos manidos han estado siempre presentes. Jugadores reflotados bajo sustanciosas comisiones, entrenadores avenidos a probar suerte o el disfraz de pupas se han escondido bajo una lenta recuperación que desde ayer ya tiene cura. El Atlético vuelve a sentirse importante y los penosos tratamientos para llegar a ello parecen, al menos desde ayer, dejarse de lado.

Ahora la reprobación de si ese cuarto puesto se merece, admite otra discusión. El equipo ha conjugado un estilo de dudoso reconocimiento donde un innegable potencial en ataque no han podido ecliparse a una ridícula defensa.  Entonces, el equilibrio merece un ínfimo aprobado gracias al trabajo de un Raúl García desorientado con la marcha de Maniche y centrado sólo con la efervescencia de un chico de 18 años que Aguirre decidió hacer debutar cuando creía que su finiquito estaba más que firmado. La gran temporada de Agüero y Forlán, con aportaciones cada vez más frecuentes de Simao o Maxi, han sido suficientes para sacar al Atlético de una mediocridad que ha ahogado a todo el mundo rojiblanco.

Sin embargo, esta perenne alegría que se ha instalado en la órbita atlética no debe esconder las muchas penosidades que se han escondido hasta desatar esta ansiedad del cerebro de la entidad. Tanto antes como ahora. La Champions exige un sobreesfuerzo tanto económico como de competitividad (a la que el equipo renuncia de manera insultante) para los equipos que la ven como una oportunidad de ir acomodándose en la élite del fútbol europeo. Los contratos jugosos y el prestigio no suelen ser un valor seguro cuando la gran Europa, la de la ley Bosman, la de los multimillonarios, entra en juego. El ejemplo de Betis, Real Sociedad (descendieron el mismo año que la jugaron) o Mallorca y Sevilla (en el alámbre del mal sabor de boca) es al que el Atlético debe agarrarse para no bajarse de un club de grandes equipos que seguro que lo esperan con los brazos abiertos.

Este retorno comenzará con la duda de si Aguirre seguirá en el banquillo para el futuro proyecto. Todo pinta a que no, a pesar de su conocida renovación automática. El siguiente paso será reforzar una plantilla trastocada de continuos parches y de amagos de mal llamados futbolistas de primer nivel. De esto, la defensa actual sabe. El  disfraz de pupas como alfa y omega del club ya ha dejado de funcionar. Y todo ello, a pesar de tener a un tipo llamado Kun. Posiblemente el mejor jugador de toda la Liga. Genial Agüero. Irreconocible un Atlético que, esperemos, parece volver.

Un título que no admite discusión

Un título que no admite discusión

Las heroicidades, como las buenas noticias o la sobredosis de endorfina, tiene un valor doble cuando se sienten, se relatan y se completan. El Real Madrid salió airoso anoche de El Reyno de Navarra, de la Liga y en general de un trámite que tarde o temprano no tardaría en llegar. Como el campeón ya se sabía como tal desde hace tiempo, los blancos quisieron darle ese aroma a momento colosal con una remontada en los últimos minutos en la que todo estaba en contra: dos jugadores menos, un rival que a día de hoy huele a Segunda división, lluvia, Saviola en el once titular... Algo de sangre, mucho de sudor y pocas lágrimas para corroborar un buen trabajo el que este equipo ha desarrollado en estos nueve meses de competición. Si para ello, la montaña se corona con tintes de dramatismo, el final de la película sabe mucho mejor.

Porque a falta de un juego definido, bonito y estiloso, los de Schuster han sido los más regulares en esta campaña. Y sin duda, esa característica les ha proporcionado más de un punto de ventaja frente al resto de rivales que han visto en los blancos una punta del iceberg que nunca alcanzarían. El Villarreal, porque desde el principio sabía que esa no era su batalla, el Sevilla porque ha estado más pendientes de retomar viejas gestas que de mantener ese atrora espectacular nivel a lo largo de este año y el Barcelona, porque ha promulgado por todos los costados cómo no elaborar un organigrama político-deportivo-social donde ha parecido premiar más la constancia por demostrar que el pasado no estaba muerto a definirse ante los nuevos tiempos. Renovarse o morir ante un cruyffismo que se ha escondido en todos y cada uno de los rincones en los que los catalanes se han movido.

Así, y con Sevilla, Barcelona y Valencia arremolinados ante una mediocridad de diversa marca, el Real Madrid ha sabido adaptar el discurso de la sencillez a su juego. Sin alardes de una grandeza que sí emana de los títulos, los blancos han vertebrado su plantilla en un gran portero, una defensa polivalente que se ha adaptado a las urgencias históricas que esa posición reclamaba, a un centro del campo batallado por la ligera mejora de Gago en el centro, las genialidades en forma de visión de juego que la bota izquierda de Guti posee, la vertebralidad de Sneijder y la rotación de Robben y Robinho como ejes entre el medio campo y la punta del ataque. Por cierto, en la mejor versión del Real Madrid, el brasileño dejó una lucidez en su juego que hacían ver algo más de lo que nos había enseñado. Maneras de estrella. Falso. Dudo mucho que el brasileño pueda dar mucho más de lo que hasta ahora ha demostrado en estas tres temporadas. Una lesión en los abdominales -parece que extrapolada a la cabeza- se lo han impedido. Una lástima. Arriba, el Madrid ha sabido sacar jugo a un puñado de futbolistas que, encabezados por Raúl, no se rindieron ante la desconfianza reinante: la fiabilidad de Van Nistelrooy hasta la lesión, la eclosión progresiva del acomplejado Higuaín o el aporte de goles del centro del campo han sido suficientes para que este equipo sea el más goleador de la Liga. Y todo ello sin hablar de la marginalidad progresiva de Saviola, Baptista o Soldado a la que Schuster ha acentuado en las últimas semanas. Con este título, el alemán se doctora en un rango que supera la mediocridad de nombres y hombres que sus anteriores equipos arrastraban. Los modales, aún es su asignatura pendiente. Poco a poco.

En definitiva, este equipo se ha alzado con el título liguero siendo máximo goleador y menos goleado, con una plantilla constante que no ha alcanzado los 15 jugadores y con una sensación de superioridad preocupante para ese elenco de equipos perseguidores que vieron al Madrid campeón desde varias jornadas. Quizás meses. El Camp Nou dictó sentencia en diciembre. Desde entonces, los blancos siempre se sintieron por encima de sus rivales. Desde entonces, el Madrid ya era campeón.

 

Ahora el cambio de ciclo puede esperar

Ahora el cambio de ciclo puede esperar Llegaba el Manchester a Barcelona como el definitivo acicate de una plantilla azulgrana que ha dejado de creer en sus posibilidades. En el juego colectivo, en la búsqueda de una identidad llamada a marcar época, en la consecución de un ramillete de títulos más amplio que el hasta ahora logrado. En definitiva, el Barcelona parecía llegar a estas semifinales casi sin quererlo. Ante ello, el peor contexto posible lo pintaba el rival: un Manchester United al que nadie se atreve a tildar de inferior en cualquier competición. Formado por un crepúsculo de jóvenes y maravillosos futbolistas que intimidan tan solo con salir al terreno de juego, la Champions League se presenta como el espejo ante el que los ingleses se miran para consolidar este proyecto de cara a un futuro cercano y proyectarlo a un fútbol mundial que se rinde con pleitesía.

Dos años atrás un empate a cero hubiera sido un mal resultado para un Barcelona que ahora tiene en el Manchester un fiel escudero del estilo propugnado entonces. Sin embargo, el tortuoso camino que los catalanes se han empeñado en recorrer desde entonces promociona las oportunidades del Barcelona que, en el caso de haber recibido ese gol de penalti en el primer minuto, ahora estaría eliminado. Ese fallo pareció otorgar la confianza a un cuadro que realizó uno de los mejores partidos que se recuerdan en las últimas temporadas. Posesión, salida rápida del balón y la búsqueda del camino fácil como señas de identidad que anularon al Manchester. Ni Rooney (sólo un escalón por debajo del fabuloso Cristiano Ronaldo), ni Tévez, ni Schooles en el ataque y en la medular eran capaces de soportar los finos alambres en los que se sostenía ante la mejora del Barcelona anoche. Mejora dentro de esa enfermedad en la que la falta de gol fue el único síntoma preocupante que los de Rijkaard dejaron anoche.

Pero igual que antes del partido el Barcelona no apostaba ni por si mismo para estar en la final y el Manchester rechistaba sobre su ego sabiéndose superior, la segunda parte de esta eliminatoria dilucidará si el cambio de ciclo se reflejará a favor del Barcelona, no sin dejar de lado las penosidades que le han acompañado hasta el momendo, o del Manchester United para abanderarse como el ciclón de esa maravillosa esencia que lleva consigo la Premier. Con Deco, Messi, Márquez e Iniesta en plena forma este Barcelona puede soñar con llegar a la final. El camino lo emprendió ayer. Para el próximo martes tan solo quedará el gol. Entonces, el cambio de ciclo sí puede esperar.

Oficio a cambio de miedo

Oficio a cambio de miedo

 

A lo largo de toda la temporada, el Valencia ha sufrido un auténtico pandemonium. Cada paso que desde la directiva se daba servía para exponer públicamente unas vergüenzas que han llevado al equipo hacia el abismo, la humillación deportiva. Deprimidos en su forma y en su fondo, esta plantilla, configurada para grandes hitos, no ha sabido hacer frente a las expectativas que se esperan de su calidad, herida quizás en todos y cada uno de los movimientos de ilógica imperfección que desde las altas esferas del club se han llevado a cabo. Pero el fútbol es de los futbolistas. Y la final del miércoles dejó bien claro que la esquizofrenia en la que están inmersos los valencianistas sólo se cura desde dentro. Desde el papel de psiquiatra que los futbolistas han de sacar cuando la enfermedad ya está expandida. Esta final de Copa era un inmejorable escaparate para demostrar que esta locura tenía solución. O en parte. Y el Valencia se agarró a sus mejores jugaores para empezar a salir de ella ahora que la temporada se acaba.

La receta fue el oficio. Eso y que enfrente tenía a un cándido Getafe que se presenta ante los mayores de su clase con un respeto, llamémosle, preocupante. Ya le pasó el año pasado en su primera final disputada ante el Sevilla (3-0 para los andaluces), y esta temporada con la agónica-sorprendente-esperanzadora eliminatoria de cuartos de final de la UEFA ante el Bayern de Munich. Ayer volvió a repetir ese papel que otorga un permiso en el caso de derrota pero que trae consigo un desconfiante tufo a equipo pequeño. A no competitivo. A proyectos imperfectos. Con una historia tan romántica y dulce, todos nos hemos hecho un poco del Getafe, pero con el ahínco de almas desconocidas no se ganan ni novias ni loterías. Y mucho menos, títulos.

Así, ese Valencia estableció un estrecho margen de permisibilidad desde el primer minuto. Con un soberbio Baraja, acompañado de Silva y Villa en el triángulo de la culminación, los chés ya mandaban por 2-0 en el marcador en el minuto 10. Esa es la diferencia entre quien sabe qué es una final por la experiencia adquirida a lo largo de su historia y quien se sabe finalista por los incontables méritos de los que ha hecho gala. Los primeros -Valencia- se agarraron al orgullo de unos futbolistas que aún deben demostrar mucho más que las pinceladas que han dejado esta temporada. Los segundos -por obviedad el Getafe- aún deben aprender las consecuencias de la ingratitud que el fútbol te proporciona. Ya colecciona algunos cachitos.

Esos dos goles supusieron para los de Laudrup un choque de civilizaciones en los morros. Se dieron cuenta de lo que es la infererioridad. Miraron atrás y en ese momento parecieron entender que el mundo de los pobres aún quería mucho de ellos. Como si el éxito o la heróica no fuese con su forma de andar o de vestir. En definitiva, con un impasible estilo que Granero quiso apartar él solito moviendo al equipo con la velocidad que los pulmones agotados te otorgan. Así llegó el penalti sobre Contra que anotó el canterano madridista. Gol. Mientras hay vida hay esperanza.

Pero esa esperanza quedó dinamitada con la primitud con la que el Valencia volvió del vestuario. El mundo valencianista contra Granero. El coloso en llamas. Testarazo de violencia, casi insultante y la Copa para una ciudad que no se conforma con este estado del bienestar que la felicidad efímera otorga. La experiencia contra el incrédulo ímpetud. Dos trayectos que se cruzan. Mientras tanto, la cabeza de Koeman sigue oliendo a pólvora y Getafe a derrota. Mucho oficio para tanto miedo.

Una bofetada de dignidad al fútbol

Una bofetada de dignidad al fútbol

El Levante será equipo de Segunda División el próximo año. Antes o después, el calendario dejará de ser caprichoso para el equipo entrenado por De Biasi y el reloj de arena se vaciará por uno de sus extremos. Entonces la suspicacia del descenso será una realidad para un conjunto que lleva toda la temporada ocupando la última posición de la tabla. De este modo, se ha convertido en mero comodín para el resto de conjuntos que, en la lucha por los diferentes objetivos que tengan, han visto en su enfrentamiento ante el Levante un trámite disfrazado de victoria.

En una plantilla donde las debilidades deportivas o la capacidad mermada de los socios adquiere matices de inocencia, el descenso será la señal inequívoca de un fracaso institucional donde el bajo rendimiento semanal ha llevado al equipo al pozo deportivo y económico que supone la Segunda División española. El reto del ascenso se planteará a partir del 1 de julio con una importante modificación del organigrama deportivo. Hasta ahí todos contentos.

Sin embargo, desde su ataúd, el Levante ha dado a todos un ejemplo de dignidad. Sabedores de la ruina deportiva de la que han hecho gala a lo largo de la temporada, las deudas de la entidad han supuesto una soga para una muerte prematura. En un mundo como el fútbol, nada cordial con la entereza profesional; en un espectro donde jugadores o entrenadores son capaces de disminuir su rendimiento para provocar una mejora salarial traducida en unos muchos millones de euros, un traspaso o resolver una situación coyuntural; o en un Universo donde los ceros millonarios corren detrás de un balón, los jugadores levantinos han dado una lección de humildad a ese todo llamado fútbol, donde el lujo y las cantidades indigestas de dinero se asientan en su sofá para otorgar al privilegio ese adjetivo de trabajador.

Por ello, hoy la pérdida de categoría suena como mal chiste. Hasta hace poco menos de un mes, el descenso administrativo hasta la Tercera División sobrevolaba por las oficinas del Levante mientras los jugadores de la actual plantilla veían como las deudas que tienen con ellos (en algunos casos desde hace más de un año) se agrandaban a costa de la grandilocuencia del ex presidente -y máximo accionista- Pedro Villarroel, quien ha silbado alegremente ante una caótica situación que él mismo ha agrandado después de 25 años en el cargo.

El último lío de esta penosa historia se escribió a principios de febrero. Irritado por entender que se le apartaba definitivamente, cuando el Ayuntamiento de Valencia entró en juego, Villarroel revocó por la cesión de sus títulos a la Fundación Deportiva Cultural Levante - de la que es fundador y en la que ostenta el poder ejectuvo-, que facilitaba la solución final, y recuperaba un poder accionarial cifrado en un 70,3%, más de 87.000 acciones. Es decir, todo como estaba. Este esperpento hizo irritar a la plantilla que vio en el mandatario el único rival posible al que hacer frente una vez que el descenso deportivo se asoma como irremediable.

Mes y medio después la situación ha variado más bien poco. A los jugadores se les sigue adeudando importantes cantidades de dinero, Villarroel sigue paseando a sus anchas por las oficinas del club y de Instituciones públicas en busca de una ayuda externa y el descenso lo cotiza el Levante en trece puntos que irremediablemente supondrán una pesada losa de cara a la salvación. 

Los jugadores del Levante, profesionales de un equipo a camino entre la mediocridad de la Primera División y la eficacia en Segunda, cuyos sueldos suenan a insulto cuando se comparan con los de otros grandes clubes de la Liga, no han perdido la cara en ningún momento siendo los únicos creyentes de que el milagro deportivo de la permanencia nunca se ha esfumado. Pero más temprano que tarde, las matemáticas darán la razón a esta nefasta situación deportiva. Entonces, la Segunda División será una realidad incuestionable. Hasta ese día, la profesionalidad se paseará por los campos de fútbol dando bofetadas de dignidad y de color granota en este loco e incongruente mundo llamado fútbol.

Un Madrid abonado a la capacidad de desequilibrio

Un Madrid abonado a la capacidad de desequilibrio

Venció el Real Madrid en un clásico que ha puesto en órbita a un equipo que salió ganador, líder consolidado y campeón de un feudo en el que hasta ahora las victorias eran monopolio de los locales. De ahí que los tres puntos de anoche no sólo sean un mero paso transitorio por otro de los 19 campos de la Primera División. Supone esa mirada de superioridad que el Madrid infligió al Barcelona a lo largo de los noventa minutos y que desembocó en un bofetón a las aspiraciones culés, minadas ahora por ese exceso de personalidad que los blancos han advertido en el casi ecuador liguero.

Al Barça le faltó Messi. Su ausencia -hasta el minuto uno de los partidos, importante pero no fundamental- establece para su equipo esa abismal diferencia entre la improvisación transformada en genialidad, de un fútbol repleto de grandes nombres pero muy alejado de aquel que maravilló no hace mucho y que, camino de la grandeza, se quedó en la transición. Ayer el Madrid puso de manifiesto la desdibujada línea de unas estrellas que hasta hace unos meses eran la envidia de los grandes de Europa. Ahora tan sólo son un grupo de jugadores que domingo tras domingo intentan demostrar el porqué de sus jugosos contratos. Si de paso ganan partidos, mejor que mejor.

Porque a este Real Madrid es difícil ganarle. Es muy difícil si no tienes las ideas sobradamente más cuajadas que él. Y en la actualidad hay pocos equipos que sepan realizar un mejor juego vertical que el Madrid. Anoche el Barça pecó de un horizontalismo en el que Ronaldinho fue el baluarte del vacío que su equipo dejaba a cada jugada labrada. Ante la insultante personalidad que los de Schuster dejan en cada movimiento, es complicado pensar que la soledad de Iniesta pudiese con esa solidaridad teñida de blanco. Los partidos se resuelven en las porterías, y el Madrid es mejor en las áreas, le pese a quien le pese. La personalidad del ganador fue tan notable como la indefinición del perdedor.

El partido de ayer es para el Barça el allanamiento de un camino sembrado a lo largo de esta última temporada. Rijkaard dejó la épica de lado y volvió al sentimentalismo. La comedia de los entrenamientos no se tradujo en el once inicial. Deco y Eto'o tocados, y un Ronaldinho desubicado en todo momento fueron la prueba de que para los blaugranas el encuentro de ayer tenía un trato especial traducido en una derrota, prueba inéquivoca de la mayor madurez que en este breve paso del tiempo ha impregnado el devenir madridista.

Al interés del Barça, el Madrid ha sabido responder con la madurez defensiva y ofensiva de quien no le da más importancia a un choque de los 37 más que tiene el calendario liguero. A falta de remates y de posesiones largas, la suerte del partido quedó a expensas de los detalles y de la capacidad de desequilibrio de cada futbolista, paisaje abonado para los delanteros o jugadores universales. Marcó Baptista. Un golazo por cierto que refleja a la perfección el paso que los blancos dan en la Liga. Rapidez y sencillez para dar paso a la sentencia. ¿Liguera? A estas alturas ya sólo depende del propio Real Madrid, ahora que sabe que su victoria sobre el actual Barça suena a crueldad.

El Atlético ha captado el mensaje

El Atlético ha captado el mensaje

Después de un decenio de anónimo trayecto, este Atlético ha vendido su victimismo al mejor postor. Desconozco -y reconozco que me importa bien poco- quien ha podido entrar en este mercado de dudoso reconocimiento, pero el fatalismo dibujado de alfa y omega del club ha dado paso a la locura, la ilusión y la relevancia de quien parecía haber adoptado la derrota como escudo de su devenir.

Quince jornadas disputadas y el equipo de Javier Aguirre ha sabido aunar la tendencia victoriosa con una vorágine en la que el descontrol se ha apoderado de cada domingo rojiblanco. Ver al Atlético ahora no supone un trastorno en ese incuestionable sentimiento, sino una casi obligación disfrazada de ese optimismo inédito temporadas atrás, cuando lo simple se adueñaba del funcionamiento del equipo. Tal era esa evidencia que el destino ha sido el unico camino por el que jugadores, dirigentes e incluso aficionados se han guiado en un tortuosa ruta que ha dejado la incuestionable grandeza de antaño como un mero y trágico paso de la historia. Consuela mucho sentirse víctima del destino, de la mala suerte, de la desgracia y de una suerte de conspiración universal. Sin embargo, es pésimo como modelo de funcionamiento.

Acudir a la frase "El Atlético es así" ha dejado de funcionar como axioma. Hasta entonces resultaba simpática, incluso agradable cuando se debía escudar fracaso tras fracaso en una forma de vida que conducía a un abismo que los atléticos -de cualquier naturaleza- hemos podido saborear. Sin embargo, ese disfraz de perdedor se quedó anticuado cuando la deuda histórica del club ha adquirido dimensiones de ridícula y oscura comedia. Por ello, y al borde del ecuador liguero, con la UEFA y la Copa del Rey en el horizonte triunfante; el equipo ha captado un mensaje enunciado desde el comienzo y plasmado a fecha de hoy. 

El partido del domingo ante el Getafe es un ejemplo de ello. El Atlético se ha conjurado contra el matiz perdedor y reconoce las oportunidades, siempre dando paso a la ruleta rusa que dispara las balas que carga. Ahora reconoce al rival desde el comienzo aunque otorgándole la oportunidad de apreciar a quien tiene delante. Si no es así, esta plantilla ha sabido armarse de conciencia para no dar tregua. Los jugadores saben de ese cambio de identidad que ha marcado esta inflexión y son la base hacia la fortificación de una delgada frontera fácilmente traspasable.

                                                                                   

Ya lo ha dicho Perea: "Quizá en otras temporadas habíamos perdido el partido". Ahora no. El mundo atlético ha sabido adecuar las múltiples necesidades acumuladas hasta el momento con síntomas de indudable recuperación. El vértigo de su juego, la fiesta que supone cada encuentro o la consagración de Agüero como una estrella han devuelto a los rojiblancos al lugar futbolístico que se merece. Afortunadamente, todos han entendido el mensaje. Entonces, el éxito es posible.