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Donde la locura alcanza su sentido

Crisis

Crisis

Su cara se había tornado de una incredulidad palpable a un desánimo recalcitante. La caída de bolsas, la quiebra de los bancos o el languidecimiento de las colas del paro sólo eran un ejemplo vivaz del choque de realidades al que el capitalismo se estaba exponiendo. Algunos le llamaban crisis. Crisis, esa palabra de recurrencia sutil cuando las cosas salen sólo de una forma un tanto desviada. Esto era una crisis. Sí, pero también era el desplome de un sistema alimentado bajo los adornados lazos que la democracia había puesto. ¿Es la democracia sólo un poder fáctico bajo el auspicio de la economía? Los parqués de la bolsa mandan y los gobernantes sólo pueden aseverar y garantizar el pago de intereses. Paradojas de la realidad. Esa que a veces unos, y otros, se niegan a aceptar.

Ayer había caído Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más importante en EEUU. Le importaba ya bien poco. De veras. Se había saturado, hastiado, cansado. Llamémosle de cualquier forma que nos pueda dar ejemplo de la situación. A partir de ese momento, sólo quería reflotarse a sí mismo.

No tenía mucho más que decir. Y por supuesto nada que hacer. Llegó a casa, lanzó los dados y el azar quiso que en ese momento todo le diese igual. La fluidez mental de la que había hecho gala, se esfumaba como el agua evaporada. Quería escribir. No podía. Entonces se acordó de la palabra mágica: crisis. El término se había olvidado de acechar a los mercados financieros. Ahora se instalaba en su cerebro. Crisis de algo. De todo. Nada salía exactamente desviado, todo fluía concretamente de manera opuesta. No pudo pensar mucho más. A partir de ese momento, durmió.

Un retorno que sabe a algo más

Un retorno que sabe a algo más

La victoria del Atlético de Madrid ayer ante el Schalke 04 no sólo supone un billete de ida para la Champions League, ese espacio de glamour futbolístico que calibra el pedigrí cualitativo de los mejores clubes del mundo. La goleada del Atlético cierra las múltiples heridas de un club estenuado, hastiado y cansado de unas mediocridades que lo han llevado al abismo de lo absurdo. Decenas de entrenadores y centenares de jugadores han intentado sacar de esa habitación oscura a un club que, hasta no hace mucho, presumía de ser el tercer equipo español. Desde el descenso a Segunda División la empresa en la que se había convertido el Atlético de Madrid no había producido sino pérdidas. Ya no sólo en el ámbito económico, sobre todo las demostraba en el terreno deportivo. Este paréntesis de doce temporadas -el tiempo en el que se ha esfumado de la Europa de los grandes- sólo han servido para demostrar las múltiples carencias de las que todos los estamentos del club han hecho gala. Ahora, la herida está cerrada y con ella, la irrelevancia futbolística atlética.

Amparado en la mala suerte y en el síndrome manido del pupas como alfa y omega del club, las penosidades habían estado presentes en su descanso. Anoche, el Atlético dejó de ampararse en una filosofía de dudoso reconocimiento para dar rienda suelta a una ilusión, a un deseo, hasta alcanzar ese mayor salto de calidad. Pero sobre todo los rojiblancos supieron recoger esa necesidad en la que se había camuflado este retorno a la élite mundial.

Alcanzar la Champions para el Atlético no supondrá ningún acicate en su resentida colección de títulos. El Atlético no la ganará. Posiblemente su paso por la competición no alcanzará cotas de magnificencia, pero sí se transforma en un alta voluntaria que el club llevaba buscando desde hacía años. Las celebraciones de anoche, revestidas con un toque de esa magia que envuelve el fútbol europeo, tan sólo se justifican con la recuperación de un hueco que dejaron de reservarle hace tiempo. Ahora el Atlético está en todo su derecho de reclamar lo que le quitaron: sencillamente, un prestigio, ahora renovado.

Y parte de esa culpa la tiene un genio llamado Agüero. No sólo está llamado a ser una estrella mundial. Tiene esa capacidad de hacer providenciales a un puñado de medianos jugadores que actualmente le rodean. El Atlético sin Agüero es una mediocridad que sólo sueña con respirar. Con él, el bloque se auna a su alrededor para consagrarle como lo que es: una progresión constante revestida de grandeza. Anoche él solo desmontó un esquema alemán bien configurado para su objetivo. Prevenir al Atlético, aplicarle ese toque de ansiedad tan conocida en el Vicente Calderón y aprovechar la pegada que la metalurgia alemana siempre ha demostrado. Sin embargo, no contaban con esa superioridad que al Atlético se le presupone cuando Agüero juega.

La Europa de los ricos. La futbolísticamente tramposa Europa, aquella que te puede acercar más al abismo que a la gloria en caso de no tener una buena planificación. La Europa de los focos y la textura televisiva diferente espera de nuevo al Atlético de Madrid. Ante ello, las carencias de las que aún adolece este equipo no deben ser escondidas por una coyuntura disfrazada de celebración. Si el Atlético no quiere volver a ese numeroso grupo de aspirantes a la nada, tan sólo al suspiro, debe reforzar una plantilla que sólo rezuma aspiraciones. Con el Kun es algo más. Él sólo, ya es algo más. Bienvenido Kun, bienvenido Atleti.

Bailando junto a la tristeza

Bailando junto a la tristeza

La tristeza es como ese balón medicinal que se posa sobre tus espaldas. Aunque quieras pensar que su peso no subyuga tus cervicales, sabes que esa incomodidad te acompañará durante el trayecto. Cuando duermes, la tristeza se transforma en un calor sofocante que te abofetea antes de poder conciliar el sueño. La tristeza se anuda sobre los cordones de tus zapatillas y te hace arrastrarte hasta tu próximo destino. Aquel al que acudes como la obligación que marca tu devenir. La tristeza te quita las ganas de saborear la comida. Engulles por mera necesidad fisiológica y vital, pero sin la más mínima necesidad de aportar un gramo vitamínico.La tristeza es saber que estás triste pero sin saber porqué.

Estar triste te cabrea: contigo, con los demás, con nada en particular. La tristeza se apodera de tu sonrisa. Pero también de tus ganas de disfrutar, de tu necesidad de comunicar, de aportar, de hacer gozar. La tristeza marca una X en todos los días de aquel calendario que tenía forma de estampita. La tristeza es desear que sí, pero saber que no. Es saber que quieres pero no puedes (o era al revés). De vez en cuando, la tristeza se disfraza de falsa esperanza. El resto de las veces, te dice a la cara que puedes empezar a desesperarte. La tristeza es darte cuenta que tus dos últimos artículos están publicados a la misma hora. Una exactitud que te hace desconfiar de la esencia laboral nocturna.

Cuando estás triste no quieres cerrar los bares. Entonces, los bares se convierten en cuevas donde los 40 ladrones plantan cara a un díscolo líder llamado Alí-Baba. La tristeza es mirarte en el espejo y no reconocerte. Es no querer ser tú, pero sin embargo, no conformarte con lo que eres. Es arrepentirte. La tristeza es la personificación ecléptica de las drogas. La tristeza hace que la búsqueda de la felicidad sea un pretexto para ser infeliz .

La tristeza es el mejor compañero de borracheras de la melancolía. La tristeza es echarte de menos. La tristeza son las letras varadas de Cormac McCarthy, las pinceladas del Goya ciclotímico o la voz desgarrada de Aretha Franklin. La tristeza es el alter ego de algo incotrolable. La tristeza se sienta sobre tu hombro, se acomoda y te saluda. A tí, ya sólo te queda ser su amigo. ¿Bailas?

The Stranglers como hilo musical lapidario

The Stranglers como hilo musical lapidario

No le convenía leer esto. Antes de ese momento, sabía que todo su pensamiento giraba en torno a una idea. Fija, en ocasiones, variable ante el devenir de ideas perecederas. Sabía que el frío marmol que entonces subyugaba su espalda se convertiría en un martirio con el que afrontar su delicada estabilidad. Ni siquiera las burbujas que se forman mezclando agua con ácido podrían sanarle tal dolor de sentimientos.

Había muerto. Nunca se esclarecieron muy bien las causas de una pérdida que servía como acicate de ese portazo dado. Se hablaba de un disparo en la garganta. Ya daba igual. En el entierro, sonaban The Stranglers, la canción Golden Brown para ser más exactos. Lágrimas bucólicas disfrazadas de un sinfín de comentarios sobre lo que había sido en vida. Ya nunca volvería a escuchar críticas infundadas en sensaciones de una noche, o maquilladas alabanzas que se habían presentado como regalo para oídos necesitados de adulación barata.

El temblor de sus piernas denotaba que se había equivocado con improntas decisiones dadas con el consentimiento de las prisas. Con esa necesidad de arreglar los entuertos que su cabeza se generaban con la rapidez con la que una lavadora centrifuga. Lloraba de rabia, de impotencia, de insano deseo, conocedora de que ya nunca tendría la oportunidad de decirle lo mucho que lo odiaba. Quizás por eso, la pelea se había convertido en la llave que abría y cerraba el fluído tráfico de sentimientos. Ya no tendría posibilidad de focalizar la estupidez que los rodeaba cuando no se ponían de acuerdo.

Había muerto. Todos salen del cementerio. Las ratas comienzan a relamerse las uñas. Ya no había tiempo para más cuerpos rectos y ojos invariables ante la inmovilidad que presentaba. Ya no se movería. Ya no mentiría. Todo aquello, ya no le dolería.Quizás había encontrado una vía de escape que nunca creyó que existiría. Estaba muy cansado, aunque ya las ojeras no le importarían mucho. Ya sólo le quedaba descansar. Por fin nadie le molesta. Por fin no le importa lo que piensen de él, las acusaciones que sobre él se viertan. Nunca tachó aquel día de la agenda. Toca pasar página, aunque su libreta ya está cerrada. Debería haber muerto más a menudo.

La silenciosa Guerra Fría en Oriente Próximo

La silenciosa Guerra Fría en Oriente Próximo

A lo largo de los últimos dos años, Irán e Israel se han sumergido en un fangoso juego provocativo. Mientras Teherán no tiene ninguna intención de detener su programa nuclear, Tel Aviv desconfía de las acciones persas ante un posible ataque. La UE y EEUU, impasibles observadores, juegan al despiste a la hora de actuar. Lo que parecía mera propaganda, ahora se disfraza de peligrosa estrategia.

 

El 11 de abril de 2006, Occidente posaba su magnánima lupa de la incredulidad sobre Irán. ¿El motivo? El gobierno persa reconocía abiertamente que había comenzado a enriquecer uranio y que ni tenía ninguna intención de detener sus planes. Recelosa siempre de los movimientos dados por Teherán desde la década de los años setenta, la comunidad internacional comenzó a ver en este plan el paso previo que Irán acomete para posarse en el privilegiado club de potencias nucleares.

A partir de ese momento las afirmaciones, negaciones y contraposiciones de los distintos actores que juegan parte de este juego de estrategias compartidas no ha cesado. Encabezados por Israel, que ve amenazada la seguridad de sus fronteras, tanto Estados Unidos como la Unión Europa han acogido con beneplácito el discurso de la amenaza reinante. Mientras, Irán silba alegremente y asegura que no alcanza ni un 5% en su enriquecimiento, cifra irrisoria si se tiene en cuenta que se necesita llegar hasta el 80% para desarrollar la bomba atómica.

“Las actividades nucleares pacíficas deben ser autorizadas”, quien lo asegura es una voz autorizada para ello. No es la primera vez que Seyyed Davud Salehi, embajador iraní en España, defiende el programa nuclear de su país, alegando que el conjunto de propuestas nucleares que presenta Irán “es un paquete de la paz y un factor que conduce al mundo hacia el desarme atómico”. “Con sus relativas ventajas y su energía, la cual ha generado elevados potenciales, Irán es capaz de negociar sobre seguridad, política y desafíos regionales con una nueva retórica y terminología, de manera razonable y lejos de las pendencias impuestas en el marco de las normas internacionales”, sentencia al tiempo que suscribe que “en lo que respecta a la explotación pacífica de la energía nuclear, las leyes tienen que legislarse y cumplirse a nivel mundial”, insistiendo en esta línea en el carácter pacífico del programa nuclear de su país.

Pero vayamos por partes. En ese puzzle difícilmente encajable en el que se ha convertido Oriente Próximo, hay que entender que cualquier pieza que no encuentre su ubicación supone un dolor de cabeza ante los múltiples desafíos que presenta la sociedad actual. En ella, tanto Tel Aviv como Teherán no desisten en un juego de intereses que ha puesto de manifiesto las dificultades que entraña establecer cordura en la zona.

Irán posee extensas fronteras con Afganistán e Iraq, países ocupados por y en guerra contra EEUU. Si se suma la densa red de bases militares estadounidenses en el golfo Arábigo-Pérsico, vemos que Irán es un país cercado por EEUU, cuyos gobiernos nunca han ocultado su deseo de derribar a los gobiernos persas. Ante ello, Teherán tiene razones para sentirse amenazado, sobre todo tras la guerra de agresión sufrida por Iraq, que rompió la credibilidad de los gobiernos occidentales, los mismos que hoy presionan y amenazan con sanciones a Irán.

El pulso con Irán se ha complicado para EEUU. La resistencia iraquí, integrada básicamente por sunitas, se muestra invencible. Para que la ocupación no termine en desastre, Washington precisa mantener apaciguados a los chiítas iraquíes, sobre los que Irán tiene una gran influencia. También requiere apoyo iraní para impedir la iraquización de Afganistán, hecho casi irremediable acorde con los acontecimientos que en los últimos meses se han dado. Irán, por tanto, es esencial para que la guerra en esos países se mantenga en status-quo.

Pero no debemos olvidar otro factor que complica la inamovible crisis: el alto precio y la escasez del petróleo. La madre del cordero de la alta conflictividad en una zona que se ahoga con las sucesivas guerras. Ante ello, y como el cuarto exportador mundial de crudo, Teherán arroja su producto a las necesidades energéticas del mundo y su venta le hace casi inmune a las sanciones. “Está claro que depende”, ensalza el ministro del Petróleo iraní, Golan Hussein Nazari, cuando hace referencia a la relación entre la carestía del crudo y lo que vemos en la televisión casi a diario: “Los actos de los políticos, son fundamentales para comprender los altos precios del petróleo”.

Además, Irán se siente más fuerte que nunca. Conocedor del poder y el protagonismo que actualmente ostenta, el Gobierno de Ahmadineyad se ha tomado como un pulso la situación a la que se ha llegado, lo que le ha servido para situarse en un club de privilegiados casi sin quererlo. Sus vínculos comerciales con China, Rusia y América Latina han aumentado. Mientras Israel se aferra al paternalismo estadounidense, Irán no ha tenido ningún problema en acogerse en los senos que Moscú le ha brindado en forma de negocios armamentísticos. Ello le ha proporcionado un poder que no duda en televisar cuando se le brinda la oportunidad. Las imágenes del pasado 9 de julio en las que lanzó nueve cohetes Shab3 con capacidad de destruir Tel Aviv, son un ejemplo de ello.

En el otro frente de esta inquietante cuestión se sitúa Israel. Amenazada por cada uno de los gestos que desde Irán se desprenden, el gobierno de Olmert conoce a la perfección la esencia que destila, acorde con el proselitismo con el que siempre se han blindado las acciones hebreas. Ante ello, tampoco ha escondido sus cartas en este tapete del miedo. El aviso para navegantes se torna en un peligroso mensaje: con más de 300 cabezas de misiles disponibles, y la bomba atómica embalsamada, Israel dispone de la capacidad y el valor suficiente para atacar a cualquier enemigo. Ante ello, a Washington sólo le queda comerse las uñas y ver como sus socios en la zona se desmarcan de sus discursos oficiales.

Sin embargo, el doble discurso parece interesar a la Knesset cuando ahora se habla. Si por un lado, Israel no tiene ningún problema en reconocer el poderío del que hace gala, por el otro, de cara a la Opinión Pública juega un rol de indefensión que ya desempeña ante palestinos o libaneses. Desamparados ante las realidades que Oriente Medio presenta, Abraham Haztami, director del Departamento de Relaciones Internacionales del Partido Laborista y asesor de Simon Peres, reclama el paternalismo occidental: “El mundo mira la posición del Gobierno de Teherán  con relación al desarrollo de su programa nuclear como un desafío y amenaza a la seguridad mundial, aunque para Israel esta es una amenaza existencial”. Y añade: “Nos sentimos amenazados por lo que proclama a voz abierta Ahmadineyad y por eso necesitamos la ayuda internacional”. Ante ello, los representantes israelíes niegan un supuesto equilibrio de poder, que sin embargo sí está presente cuando la propaganda entra en juego: “Israel no acepta el equilibrio de poder pues no hay un equilibrio de intenciones. Nosotros no amenazamos exterminar a Irán y su pueblo”, matiza Haztami.

El mensaje que reclama ayuda internacional se ha maquillado en diferentes posturas por parte del binomio Estados Unidos-Unión Europea. Los primeros con la reiteración de que la vía diplomática es la única solución a que Irán detenga su programa nuclear. Apoyando las sanciones impuestas a Teherán, la Administración Bush dejará una herencia complicada para el próximo candidato al despacho Oval. De hecho, del demócrata Barack Obama ya se han desprendido los primeros férreos discursos cuando se ha abordado una posible relación con Irán: “No podemos dejar de lado a los israelíes, debemos defender al mundo de la amenaza que supone la política que están realizando”. Dentro de la Unión Europea, la heterogeneidad vuelve a estar presente en las declaraciones y actos de sus representantes. Si por un lado, el jefe de la Política Exterior común, Javier Solana, ha comenzado a mantener diversas reuniones con el encargado del programa nuclear iraní, Ali Larijani, abogando por un ciclo de encuentros que desemboquen en consenso; la salida de capitales franceses y alemanes de Irán se ha ido completando durante las últimas semanas. Si España y Portugal parecen no tener nada que ver con este díscolo juego, el vicepresidente del Parlamento Europeo, Alejo Vidal Cuadras, no duda en rechazar la política “que el régimen ayatolá está llevando a cabo”, poniéndole acento a la situación actual: “Irán es actualmente el mayor peligro que hay sobre la paz y la estabilidad a nivel mundial”. En esta línea, tampoco falta crítica cuando habla de la acumulación de riqueza iraní: “Ahora mismo Irán está muy fuerte económicamente dadas las grandes reservas de materias primas que posee, concretamente petróleo y gas”.

Occidente mezcla escepticismo y curiosidad cuando a Irán se refiere la actualidad. Hasta ahora sólo ha ofrecido el palo y la zanahoria a Teherán en este intercambio de golpes. Los persas disimulan y se tapan un ojo ante la mirada del mundo. Con el otro, no pierde de vista a Israel que no desaprovecha un minuto en seguir el desafío. El mundo observa. El silencioso, pero peligroso, equilibrio de poder está dado.

Cámaras contra metralletas

 


La Franja de Gaza es un estrecho trozo de tierra situada en el Próximo Oriente, al sudoeste de Israel y al noroeste de la península del Sinaí de Egipto, y que junto con Cisjordania forma los llamados Territorios Palestinos. Tiene 11 km de frontera con Egipto, en la ciudad de Rafah, y 51 km de frontera con Israel; también tiene 40 km de costa en el Mediterráneo.

El conflicto palestino-israelí lleva siendo desde los últimos 60 años el caldo de cultivo de todos los conflictos que actualmente conocemos en Oriente Próximo y que, debido a la situación geopolítica que ostenta, afecta a la gran mayoría de conflictos en los que los intereses de las grandes potencias por el reparto del pastel de materias primas están presentes.

La Franja de Gaza es el lugar donde las vergüenzas de la sociedad actual se desnudan ante una Opinión Pública que asiste atónita, y casi amordazada, a la aplastante superioridad del ejército israelí. Ante situaciones casi diarias, las fuerzas del orden hebreas no pierden ocasión de mostrar su enésima muestra de potencial. Cuando esa fuerza se da ante la indefensión de un prisionero refugiado palestino, el sonrojo judío no parece hacerles sonar la campana de la desigualdad.

Mientras, los gobernantes sonríen. Jerusalén sigue disputándose la hegemonía de dos comunidades que viven en una perpetua guerra, inexistente en la teoría, pero superviviente en las sucesivas generaciones de libros de historia. El soldado israelí dispara, Palestina se ahoga ante la sonrisa de Mahmud Abbas. La ANP contola las ayudas y Hamás cierra su boca ante la amenaza reinante del bloqueo. Con ínfimas cámaras, l@s niñ@s palestin@s graban las injusticias (las imágenes de arriba, fue realizada por una niña de 14 años). Veremos cuánto tiempo tardan en silenciarlas. Tan solo habrá que esperar a que las metralletas israelíes vuelvan a sonar.

 

La última mueca de Ronaldinho

La última mueca de Ronaldinho

Cuando uno admira el fútbol como ente que sobrepasa todo razonamiento lógico, es disparatado no pensar en el futbolista como ese totem que se asienta en la supestructura. Generalmente, el jugador de fútbol no logra comprender el sentimiento como alfa y omega del aficionado a cualquier equipo. Más bien se erige como un trabajador de la pelota que, según el caso, debe unos inalcanzables sueldos a parar, defender, equilibrar o atacar. En algunos casos se convierte en un funcionario del balón, cumpliendo con su cuestionable responsabilidad, pero sin alardear de algo más que mereciese una propina. En otros, destellea con fútbol de seda como escaparate hacia cotas mayores y sueldos de parqué, que dan paso a una decadencia inmobiliaria traducida en una retirada espiritual hacia algún país donde el fútbol es más bien un elemento de burda propaganda gubernamental. A veces, el futbolista tan sólo vive sin sobresaltos y pasa sin pena ni gloria por la nómina de algún club al que besar el escudo.

Ronaldinho ha pasado por todas estas fases que, sin necesitar de cátedra para su estudio, no se alejan de la realidad futbolística que nos rodea. Llegó a un Barcelona triste en su forma y en su fondo. Sabedor de la importancia que su presencia tenía para la reconversión al cruyffismo alegre y salsón, el brasileño no se escondió ante unas responsabilidades que otorgaban tanto al club como al propio jugador unos beneficios netos traducidos en reconomiento y títulos, goles y besos, ego e impaciencia. Y llegó la confirmación de que aquel Barça en proceso de renovación había adquirido la madurez del reconocimiento en la temporada 2005-2006. Comandado por un puñado de geniales peones del gol y del sudor, y bajo la complaciente mirada de Frank Rijkaard, los catalanes alcanzaron unas cotas de éxito que curiosamente sirvieron como acicate del crimen deportivo que se perpetraría en los dos siguientes cursos.

Sin embargo, no fue hasta esta última temporada cuando Ronaldinho se autocolocó en el mercadeo futbolístico. Ese que disgrega para con los objetivos de tu equipo. El que parece permitir todo tipo de excesos y caprichos. Aquel que dispara contra el continuismo y el asentamiento de los proyectos a medio plazo. Ronaldinho ya no quería ser feliz en Barcelona ni hacer feliz al Barcelona y, por ende, hacer de sí mismo una caricatura anatémica de lo que algún día fue.

Buscó al Milan, ese equipo donde el cementerio de jugadores parece ubicarse en su estadio, San Siro: Rivaldo, Ronaldo y ahora Ronaldinho. El Barça encuentra en los italianos un perfecto lugar donde colocar a jugadores con un plan de jubilación simétricamente preparado. Aunque esta vez, al Milan, la barataria le ha salido por un ojo de la cara dada la fuerza con la que el Manchester City llegaba para dar natillas a Ronaldinho. Veinticinco millones de euros para ejecutar un plan de retiro que nadie sabe cómo acabará. La alegría llegó al Camp Nou un día de octubre del 2003 con un impresionante gol ante el Sevilla. Se apagó cuando se supo imprescindible. El Gaucho vuelve a sonreir, quizás sabedor de que con su marcha al Milan se cierra un ciclo en el que su figura ha estado ligada paralelamente al éxito y al llanto del Barça, Ahora, Milan huele a salsa, Barcelona respira, Laporta se frota las manos.

El tipo de persona que todo el mundo cree que es

El tipo de persona que todo el mundo cree que es

Cuando uno se acomoda para escribir no sólo relaja músculos tibios y flácidos que se rinden ante el devenir de los acontecimientos. Tu cerebro se asienta sobre unas experiencias que quizás nunca llegaron a ocurrir, pero que te sirven como tabla periódica de esa combinación química que forman lo que somos, queremos y, que no siempre disfrutamos. Entonces, pones a Frank Zappa en esa lista de reproducción vital para comprender un poco mejor lo que nunca llegaremos a ser. Nuestro corazón se disfraza de lacónico suspiro. Lanzas los dados y la ocurrencia temática del momento ya tiene un argumento al que agarrarse. A veces, la mentira cobra protagonismo. Y nos enseña el agradable sabor de tu lengua chupando el óxido. Porque a eso sabe la mentira. En otro momento, encuentras inspiración en ese niño que se sabía para cosas grandes. Se quedó en un camino regodeado de pequeñas trampas y sin referencias que guiarle. Volvió -aunque esta vez sin garbanzos que le mostrasen el retorno- para encontrar la paz consigo mismo.

Evocar un recuerdo que nunca se repetirá te hace ver la importancia del estado de las cosas. Afuera, nadie quiere que se altere por un miedo a menudear con un progresivo desarrollo. La inspiración no se busca. La encuentras en un cubo de basura repleto de pobredumbre, o en un ánimo que por momentos se desquebraja al mismo ritmo que los Balcanes. Sin embargo, el Milosevic que te acompaña nunca será juzgado por crimenes contra la humanidad. Ahora sólo importa la crisis económica y la empredecible repercusión que tendrá sobre los negocios de los poderosos corbateados. Tú, juegas con un garbanzo como si tus dedos fuesen las piernas de un futbolista que en algún momento se erigió como un ídolo cercano. Nunca más alejado de esa realidad demasiado cotidiana.

Miras la pantalla de tu ordenador y te das cuenta de que era como estar en un cuento de Edgar Allan Poe, en el que uno no es el tipo de persona que todo el mundo piensa que es. Bob Dylan nunca se equivoca.

Por y para la Eurocopa

Por y para la Eurocopa

La derrota ante Holanda en el primer partido del manido grupo de la muerte, puso de manifiesto el desmembramiento al que el esquema italiano se había enfrentado. Entonces, pongo en dudas que incluso ellos, no muchos confiaban en un sistema de dientes y bofetadas para seguir en la senda del triunfo. Llegaron a esta Eurocopa con las mismas pocas ganas de asentar un estilo fiable ante el indudable potencial de unos nombres y hombres martilleados por la edad. Su paso hacia la segunda fase de la competición se disfrazó de alfa y omega azzurri como costumbre victoriosa italiana. Sonaba entonces a mofa hacia el fútbol que esa selección se hubiera plantado como eterna candidata a ganar de nuevo, y de nuevo con las mismas malas artes de antaño.

Estaban aquí y, viendo de la forma en la que su pase se había logrado, este cruce de cuartos de final ante España era el fiel ejemplo de costumbrismo italiano, de la sinrazón que en ocasiones rodea de enigma al fútbol. Enfrente, el rival idóneo para ello. Una selección española perseguida por el dogmatismo derrotista, en la que este mimetismo perdedor suponía un trance perfecto para, por un lado seguir fomentando las penosidades transalpinas, y por otro, continuar otorgando a España la capacidad de la imposibilidad. No pasar de cuartos y punto.

Sin embargo, el resultado de anoche no sólo supone un paso histórico en el devenir español. Es algo más. Algo homérico, que supone la confirmación de un estilo que no se dejó ganar por el gigante antifútbol. Con matices que en ocasiones hacían pensar en dejar de lado el fútbol de culto, el de las gafas; para dar paso al de la pasión, al de las uñas; España se ha plantado en unas semifinales 24 años después. Ese beneficio de la duda hizo que la selección de Luis, de Casillas, de categoría pública, controlase un oficio italiano que reduce a la nimiedad el papel de sus rivales. Hasta anoche. En ese momento, España no cambió su fútbol sedoso por el intercambio de golpes que propusieron los italianos. Con un Silva en plena efervescencia de estrella, un Senna implecable y un Casillas que sigue oliendo a lo que ha sido desde siempre, Italia se vio desdibujada dentro de un esquema que no va con ellos. La propuesta siguió su rumbo y ya los penaltis se eregían como una injusticia visto lo visto en esos 120 minutos de esperanza, de pasión, de fantasmas. Los lanzamientos desde los once metros, un azar que lleva tras de sí un guión perfectamente interpretado, pusieron de manifiesto que España ha superado ese trauma de los cuartos como losa, de los miedos malinterpretados, del fútbol como ilógico camino hacia la unión. Por y para la Eurocopa, España sucumbe ante la auestima nacional, se apunta a la celebración y, ya de camino, al éxito.

People's strange when you're strange

People's strange when you're strange

El presidente del Gobierno aparece en la televisión para dar cuenta de la situación en la que este bendito país se ha metido. Los camioneros boicotean el tráfico fluído de las autopistas. El fútbol nos vuelve a todos majaras. Los supermercados agotan las existencias vitales de alimentación. Ahora hay sobreexceso de pasta de dientes, perfumes y pasteles repletos de grasa. De alguna manera tienen que llenar los huecos que la desaceleración está dejando. ¿Desaceleración o crisis? El presidente matiza ante la desafiante mirada de sus rivales políticos. De ellos, y del usuario que está en casa sin comprender muy bien cómo hemos llegado hasta aquí. Dicen que es por el petróleo. La madre del cordero de un vertebralidad económica ahora disparatada. Y ya se sabe: si a quien no entiende, le dicen que los problemas van a parar a la cartera, las alarmas se encienden.

Mientras, tú asientes atónito a todo lo que ocurre a tu alrededor. La vorágine del tiempo se ha llevado por delante tu capacidad de mimetismo ante los acontecimientos. Cae la tarde y de nuevo te olvidas de tomar una determinación. Jim Morrison decía People is strange when you are strange. La cara de esa otra persona tiene facciones poco marcadas y la anomalía en los pasos de los vecinos con los que te cruzas, te hace recordar esa frase. Algo de razón tenía.Tu estabilidad empieza a oler a pólvora. Le lanzas un flotador para que intente salir de la marea en la que se han metido. No sabes si la evacuación será posible. Mientras, en la calle, el afilador entona su melodía. Para él, la crisis no parece existir. Ha llegado la hora de silbar. ¿Alegremente? El afilador lo hace. A tí, aún te quedan algunas dudas.

Europa huele a césped

Europa huele a césped

Una gran parada de Van der Saar a un perfecto disparo de falta de Pirlo en la incertidumbre del segundo tiempo, cambió la imagen de un encuentro que hasta minutos antes los holandeses habían dominado en todas sus vertientes. Ahí podría haber vuelto el alfa y omega transalpino. Ese que siempre le ha servido de salvación en las rectas finales de los encuentros. La épica remontada que siempre ha escondido las penurias de un sistema que se adapta a la soledad del disfraz italiano. Ayer no fue posible. Por esa parada, y porque Holanda conjugó el buen fútbol que siempre ha mostrado con unas dosis de mimetismo muy vistas en el Calcio. Las dos mejores ocasiones italianas tuvieron como respuesta dos contragolpes perfectos en los que el gol se erigió como la mejor coartada para poner de manifiesto que Italia huele a decepción.

Con una predisposición táctica perfecta, los oranges demostraron que la anarquía reinante hasta no hace mucho tiempo ha dejado de conjugarse con un fino estilo de juego y una gran pegada. Ahora el manido fútbol total holandés alcanza cuotas de candidatura a campeón. La mejoría defensiva, la irrupción de un centro del campo sólido y coordenado por un sensacional Sneijder, la pegada de Van Nistelrroy y la volatilidad de Van der Vaart, Van Persie o Kuyt; son los signos inequívocos de que ahora Van Basten ahoga sobre el banquillo las múltiples enseñanzas como entrenador, de quien fue un mejor futbolista.

Quizás porque Italia no está acostumbrada a que le desafíen a la cara desde el principio, el gol de Van Nistelrooy destapó las carencias de quien ha llegado a Suiza con el mismo esquema de juego gracias al cual fue Campeón del Mundo hace dos años. En ese momento, eran los propios italianos los que no daban crédito a tanto premio para tan poco fútbol. Hoy ya son sabedores de que sin Totti en el campo, la soledad de Pirlo en la construcción deja sin recursos a la escasa imaginación azurri. Depresión asegurada en la que la tristeza futbolística de Gattuso y Ambrosini sigue presente. Una lástima.

Con todo ello, Holanda aprovechó mejor los recursos que Italia se dejó por el camino. Es cierto que parecen escasos, pero las numerosas opciones que el fútbol transalpino arroja en las grandes competiciones hacen de su juego un arma arrojadiza para el rival. A saber: hasta la ocasión errada por Luca Toni en un mano a mano con Van der Saar, los italianos parecían mostrar que el baño que Holanda le estaba dando no iba con ellos. La desidia colectiva auguraba un cambio de sistema ante el fracaso catenaccista. Entonces la entrada de Del Piero y de Cassano provocó la conexión que Pirlo necesitaba. El Plan B italiano entró en juego. Hasta tres ocasiones claras de gol tuvieron los de Donadoni antes de que Van de Saar despejara la falta de Pirlo que se auguraba como la antesala del mismo cuento repetido de siempre. Entonces, Heitinga recogió el rechace, cambió hacia Van Brockhorst, Kuyt falló y el ex barcelonista aprovechó de cabeza un posterior centro del rubio del Liverpool. La perfección conjugada en tan sólo cinco toques. Los mismos que Pirlo no encontró en todo el encuentro para darle aire a una Italia que silbaba alegremente por el campo mientras su rival desnudaba poco a poco un esquema, que hasta ayer, parecía válido.

Junto a las muchas pinceladas que Holanda dejó ayer, hasta el momento parece que tan sólo Portugal y Alemania se han situado en esa cabeza de aspirantes serios a ganar la Eurocopa. Los primeros, porque el culto como futbolista a Cristiano Ronaldo no esconde la importancia de contar con jugadores sublimes en la articulación como Deco, Moutinho o Petit, la velocidad quebrante de Simao o Quaresma, o la armonía defensiva de Pepe y Carvalho. Si esta gran generación no se consagra en Suiza y Austria será por una penosa carencia de gol (hasta cuatro postes tuvieron los portugueses) como único mal endémico del equipo. Por su parte, los alemanes siguen sin demostrar nada en su juego pero mucho en sus cotas. Con un fútbol metalúrgico que no esconden, la gran pegada de Klose y Podolski puede ser suficiente para devolver a los alemanes a una grandeza en su forma y en su fondo. Con poco más de lo que hicieron ante Polonia, su llegada hasta semifinales se antoja fácil. Portugal forja personalidad. Alemania prestancia colectiva. De Francia ni hablamos. Afortunadamenta, la Eurocopa tan solo acaba de empezar.

El casco era lo de menos

El casco era lo de menos

Giró con su coche el pequeño recóndito esquinado que separaba una calle con otra aún a riesgo de encontrarse con ella. Antaño, solía quedar cerca de esa zona, donde las relativas comodidades de los bancos de piedra y el azúcar plastificado de las gominolas servían de retiro espiritual. Sin caer en la cuenta de la zona en la que se encontraba, torció a la izquierda y, granjeado por el atasco reinante, pisó el freno y paró el coche casi en un insultante acto reflejo. Entonces, la vio reflejada bajo el cristal izquierdo.

Llevaba casco. Signo inequívoco de su pasión por una moto que descansaba a su vera. En ese momento era su única compañía. La seguridad que otorga el casco no está reñída con la plasticidad que en tu rostro forma. Nadie puede poner en duda que los cascos afean. En su caso no era para menos, aunque la planidad que en su cara se generaba hacía de ella lo más parecido a un pez dentro de una pecera cilíndrica con ojos grandes inclusive. Chof, chof. Afortunadamenta no había cambiado mucho. O al menos, creía que no dado lo que él podía observar desde su posición en el asiento del piloto y la escasa transparencia facial que el casco dejaba vislumbrar.

Sin darse cuenta parecía haber retomado una situación hasta entonces conocida pero desde aquel momento un tanto extraña. Sin capacidad de reacción, esperó a que el coche anterior partiera, el tráfico diese una tregua, aceleró y dio rienda suelta a la oportunidad perdida. Llegó a casa. Recordó aquellos escasos segundos -intuyendo la desaparición del casco en esa imaginaria fotografía, claro está- y rezó por seguir deseándola. Aquella noche no tuvo ninguna duda: se masturbó pensando en ella.

Quizás tú tengas un título mejor

Quizás tú tengas un título mejor

Al caminar dejaba entrever una ligera cojera. Uno debía fijarse muy detenidamente para apreciarla dada la buena predisposición que tenía a disimular las asperezas que de su paso emanaban. De lo que estaba seguro, era de que esa mal formación no era congénita. Quizás había sido fruto de algún ataque a plena luz del día -cuando las aves orientales huían con el olor a pólvora-, por el impacto de la metralla de algún coche bomba colocado en el eje de coordenadas exacto, o sencillamente porque la falta reincidente de calcio había impedido el flujo normalizado de sangre hacia esa zona. Nunca me atreví a preguntarle el motivo por el que cojeaba. Cuando uno se acostumbraba a ello no le daba más importancia aunque creo recordar que era la derecha la que le proporcionaba esa inclinación en sus extremidades inferiores.

En la zona, la desolación se había apoderado de lo que hasta no hace mucho tiempo era un reclamo para estrategas que juegan su papel en la esfera internacional. Pero también era un destino dulce para turistas ansiosos de volver con una bonita historia, periodistas que rezumaban guerra con el deseo de una paz duradera o empresarios tocados por la varita de un capitalismo que no entiende de fronteras ni de daños colaterales. Los de allí nunca dijeron nada, nunca se opusieron a nada, nunca dejaron de confiar. Apenas tenían motivos sino contrastar los constantes rumores que hablaban de ser cuna de un terrorismo que, hasta ese momento, en las calles no se había presentado. "Buenos días, soy el terrorismo", debieron haber dicho ante la presencia de algún nativo. Como no fue así, nadie creyó que la cosa fuese tan grave como se decía.

Ha pasado tiempo desde entonces. El terrorismo nunca se llegó a presentar con modales. Por ello, los señores de la guerra utilizaron ese desafortunado escenario para robar los pequeños trozos de felicidad que de esa tierra emanaban. Lo droga también quiso ser partícipe de una actividad tan excitante apoderándose del adjetivo que te define de cara al exterior: ahora son un narcoestado en la que los dólares son la cabeza visible de un sociedad invertebrada y desigual.

En este marco, la palabra esperanza pierde su sentido. A casi todo el mundo se le ha agotado su particular reloj de arena con la misma. Ya no creen en el sarcamasco que antaño dominó la zona con bobaliconas sonrisa. Ahora los casquillos de bala han sustituido a los balones de fútbol, las celebraciones fúnebres a las bodas ortodoxas y los llantos de desesperación al cordial saludo con el ingenuo turista. La mirada de un niño se pierde bajo el rastro de un obús nocturno y la sonrisa de una mujer ha sido borrada por el terror. La sinrazón de la guerra nunca acaba. Tan sólo te da una tregua cuando has olvidado llorar. No creas que por alegría. Por desconsuelo y amarga reiteración. Tan repetitiva como el imperfecto y penoso caminar de quien tiene, aunque ligera, esa incómoda cojera

El Atlético parece volver

El Atlético parece volver

El Atlético volverá a la Champions la próxima temporada tras once temporadas (traducidas en trece años) de ausencia en el fútbol europeo de alta competición. Desde aquella eliminatoria ante un Ajax en plena descomposición, la trayectoria deportiva del equipo no ha admitido un solo ápice de confianza.  Entre medias del abismo, el descenso a la Segunda División conceptualizó en el terreno de juego el desastre institucional en el que el Atlético ha estado inmerso en los últimos años donde los proyectos manidos han estado siempre presentes. Jugadores reflotados bajo sustanciosas comisiones, entrenadores avenidos a probar suerte o el disfraz de pupas se han escondido bajo una lenta recuperación que desde ayer ya tiene cura. El Atlético vuelve a sentirse importante y los penosos tratamientos para llegar a ello parecen, al menos desde ayer, dejarse de lado.

Ahora la reprobación de si ese cuarto puesto se merece, admite otra discusión. El equipo ha conjugado un estilo de dudoso reconocimiento donde un innegable potencial en ataque no han podido ecliparse a una ridícula defensa.  Entonces, el equilibrio merece un ínfimo aprobado gracias al trabajo de un Raúl García desorientado con la marcha de Maniche y centrado sólo con la efervescencia de un chico de 18 años que Aguirre decidió hacer debutar cuando creía que su finiquito estaba más que firmado. La gran temporada de Agüero y Forlán, con aportaciones cada vez más frecuentes de Simao o Maxi, han sido suficientes para sacar al Atlético de una mediocridad que ha ahogado a todo el mundo rojiblanco.

Sin embargo, esta perenne alegría que se ha instalado en la órbita atlética no debe esconder las muchas penosidades que se han escondido hasta desatar esta ansiedad del cerebro de la entidad. Tanto antes como ahora. La Champions exige un sobreesfuerzo tanto económico como de competitividad (a la que el equipo renuncia de manera insultante) para los equipos que la ven como una oportunidad de ir acomodándose en la élite del fútbol europeo. Los contratos jugosos y el prestigio no suelen ser un valor seguro cuando la gran Europa, la de la ley Bosman, la de los multimillonarios, entra en juego. El ejemplo de Betis, Real Sociedad (descendieron el mismo año que la jugaron) o Mallorca y Sevilla (en el alámbre del mal sabor de boca) es al que el Atlético debe agarrarse para no bajarse de un club de grandes equipos que seguro que lo esperan con los brazos abiertos.

Este retorno comenzará con la duda de si Aguirre seguirá en el banquillo para el futuro proyecto. Todo pinta a que no, a pesar de su conocida renovación automática. El siguiente paso será reforzar una plantilla trastocada de continuos parches y de amagos de mal llamados futbolistas de primer nivel. De esto, la defensa actual sabe. El  disfraz de pupas como alfa y omega del club ya ha dejado de funcionar. Y todo ello, a pesar de tener a un tipo llamado Kun. Posiblemente el mejor jugador de toda la Liga. Genial Agüero. Irreconocible un Atlético que, esperemos, parece volver.

Un título que no admite discusión

Un título que no admite discusión

Las heroicidades, como las buenas noticias o la sobredosis de endorfina, tiene un valor doble cuando se sienten, se relatan y se completan. El Real Madrid salió airoso anoche de El Reyno de Navarra, de la Liga y en general de un trámite que tarde o temprano no tardaría en llegar. Como el campeón ya se sabía como tal desde hace tiempo, los blancos quisieron darle ese aroma a momento colosal con una remontada en los últimos minutos en la que todo estaba en contra: dos jugadores menos, un rival que a día de hoy huele a Segunda división, lluvia, Saviola en el once titular... Algo de sangre, mucho de sudor y pocas lágrimas para corroborar un buen trabajo el que este equipo ha desarrollado en estos nueve meses de competición. Si para ello, la montaña se corona con tintes de dramatismo, el final de la película sabe mucho mejor.

Porque a falta de un juego definido, bonito y estiloso, los de Schuster han sido los más regulares en esta campaña. Y sin duda, esa característica les ha proporcionado más de un punto de ventaja frente al resto de rivales que han visto en los blancos una punta del iceberg que nunca alcanzarían. El Villarreal, porque desde el principio sabía que esa no era su batalla, el Sevilla porque ha estado más pendientes de retomar viejas gestas que de mantener ese atrora espectacular nivel a lo largo de este año y el Barcelona, porque ha promulgado por todos los costados cómo no elaborar un organigrama político-deportivo-social donde ha parecido premiar más la constancia por demostrar que el pasado no estaba muerto a definirse ante los nuevos tiempos. Renovarse o morir ante un cruyffismo que se ha escondido en todos y cada uno de los rincones en los que los catalanes se han movido.

Así, y con Sevilla, Barcelona y Valencia arremolinados ante una mediocridad de diversa marca, el Real Madrid ha sabido adaptar el discurso de la sencillez a su juego. Sin alardes de una grandeza que sí emana de los títulos, los blancos han vertebrado su plantilla en un gran portero, una defensa polivalente que se ha adaptado a las urgencias históricas que esa posición reclamaba, a un centro del campo batallado por la ligera mejora de Gago en el centro, las genialidades en forma de visión de juego que la bota izquierda de Guti posee, la vertebralidad de Sneijder y la rotación de Robben y Robinho como ejes entre el medio campo y la punta del ataque. Por cierto, en la mejor versión del Real Madrid, el brasileño dejó una lucidez en su juego que hacían ver algo más de lo que nos había enseñado. Maneras de estrella. Falso. Dudo mucho que el brasileño pueda dar mucho más de lo que hasta ahora ha demostrado en estas tres temporadas. Una lesión en los abdominales -parece que extrapolada a la cabeza- se lo han impedido. Una lástima. Arriba, el Madrid ha sabido sacar jugo a un puñado de futbolistas que, encabezados por Raúl, no se rindieron ante la desconfianza reinante: la fiabilidad de Van Nistelrooy hasta la lesión, la eclosión progresiva del acomplejado Higuaín o el aporte de goles del centro del campo han sido suficientes para que este equipo sea el más goleador de la Liga. Y todo ello sin hablar de la marginalidad progresiva de Saviola, Baptista o Soldado a la que Schuster ha acentuado en las últimas semanas. Con este título, el alemán se doctora en un rango que supera la mediocridad de nombres y hombres que sus anteriores equipos arrastraban. Los modales, aún es su asignatura pendiente. Poco a poco.

En definitiva, este equipo se ha alzado con el título liguero siendo máximo goleador y menos goleado, con una plantilla constante que no ha alcanzado los 15 jugadores y con una sensación de superioridad preocupante para ese elenco de equipos perseguidores que vieron al Madrid campeón desde varias jornadas. Quizás meses. El Camp Nou dictó sentencia en diciembre. Desde entonces, los blancos siempre se sintieron por encima de sus rivales. Desde entonces, el Madrid ya era campeón.

 

Llorando en un Laogai

Entrevista de Yolanda Monge a Harry Wu, disidente chino, en EL PAÍS de hoy domingo en la que se desmonta la imágen que la China olímpica ahora quiere proyectar. En concreto, se habla de los laogai, unos centro de tortura a modo de cárceles en las que las torturas están a la orden del día. Nada nuevo, pero de interés para seguir indagando en los métodos empleados por el gigante asiático.

Pregunta. ¿Qué es el laogai?

Respuesta. El laogai es muy común en China. Nadie habla de encarcelamiento. Se habla del laogai. Es el vasto sistema de reforma por el trabajo que existe en la República Popular China. Lo creó el Partido Comunista bajo la dirección de Mao Zedong, y servía entonces y sirve hoy como un instrumento de la dictadura para detener y encerrar tanto a los disidentes políticos como a los criminales. Lao significa trabajo; gai, reforma, lavado de cerebro.

P. ¿Cuál es la función política del laogai? ¿Y la económica?

R. Muy sencillo. Usar a los prisioneros como fuerza barata de trabajo, incluso gratuita, en manos del Partido Comunista y reformar a los reos a través del trabajo duro y el adoctrinamiento político. Desde el punto de vista económico, se explota a los prisioneros para financiar con divisas el régimen comunista. En 1991, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que prohibía las importaciones de productos cultivados en campos de trabajo forzado. Y los chinos dicen que no lo hacen, que los productos de los campos laogai no son para exportación. Pero en realidad, sí. Lo que pasa es que son exportados indirectamente. Las empresas de laogai son los productores, pero no los venden directamente al extranjero, sino a una compañía de comercio estatal, y ésta, a su vez, los venden en el extranjero. La gente debería ser consciente de que, cuando se compra un juguete made in China, en muchos casos se están comprando las lágrimas y la sangre de un preso.

P. ¿De cuántos presos hablamos?

R. Imposible saberlo. No hay cifras. Puede ser tan alta como diez millones o quizá sólo cinco. Hoy día rondará los tres o cuatro. Tampoco sabemos el número de muertos, por inanición, enfermedad, palizas o frío, pero no bajará de los 37 millones.

P. Entonces, ¿existe hoy el laogai?

R. Existe como sistema. ¡Claro que existe! [sube el tono de voz, indignado]. Lo único que sucedió es que, tras una comparecencia mía en el Congreso de Estados Unidos y unas declaraciones al diario The Washington Post en las que decía que me gustaría ver incluida esa palabra en el diccionario de Oxford, pues... en China se armó gran revuelo y decidieron seguir con el mismo método, pero lavándole la cara. De laogai pasaron a llamarse cárceles..., pero es la misma tragedia olvidada.

P. ¿Quién ocupa hoy ese tipo de cárceles?

R. Eso ha cambiado algo. En China, en los primeros 30 años de la Revolución, entre 1949 y 1979, la mayor parte de estos encarcelados fueron prisioneros políticos. En China dividieron a la gente en diferentes clases. La clase burguesa, la clase propietaria, la clase trabajadora y la clase campesina. Las campesinas y trabajadoras las calificaron como las clases revolucionarias. La burguesa y la propietaria, hicieran lo que hicieran, eran las enemigas de clase. Lo que sucedió es que muchas, muchísimas personas, sólo por pertenecer a una de esas dos clases, fueron enviadas a los campos. En los primeros 30 años, tal vez el 80% de los prisioneros estaba allí simplemente por su clasificación social. Ahora, en los campos de prisioneros las cifras se han invertido. El 80% son presos comunes, y el 20% restante, políticos. Pero quiero dejar algo bien claro. Ya seas un violador, un narcotraficante o un ladrón de bancos, y aunque nada tengas que ver con política, te siguen mandando al laogai y, previamente, tienes que renunciar a tus creencias políticas y religiosas. Tienes que reconocer que vives por y para el comunismo, ése es el objetivo.

P. ¿Cómo es posible que en China existan 13.000 trasplantes de órganos al año si no hay donaciones?

R. De nuevo la misma respuesta: laogai. El primer país del mundo en trasplantes de órganos es Estados Unidos (50.000, todos registrados); el segundo, China. De esos 13.000 trasplantes, el 95% procede de prisioneros ejecutados. Nuestra fundación estima que cada año existen entre 8.000 y 10.000 aniquilados en los campos de trabajo. La farsa llega tan lejos que la exposición conocida como Bodies, que exhibe las entrañas de los cuerpos humanos, se componía de cadáveres de ciudadanos chinos. La compañía americana que lo financió se llama Premier... Una de las exhibiciones fue en Rosslyn [afueras de Washington]. Yo la vi. Y comprobé que eran todos chinos jóvenes y varones. Quisimos preguntar al Gobierno chino: ¿quiénes son?, ¿quieres ver allí a tu hermano? Claro que no. Pero no hubo respuesta.

P. ¿No salva nada de los casi 60 años de República Popular China?

R. Sin derechos humanos no hay nada que salvar. China tiene una ley de control de la población. Eso es un tema de derechos humanos. Cada mujer en China, el 22% de la población mundial total, y no es ninguna broma el dato, no tiene importancia si está casada o soltera, pero tiene la obligación de pedir permiso al Gobierno si quiere tener hijos. Dar a luz es un derecho humano, pero el Gobierno lo impide. Además, sólo se permite tener un hijo o una hija. Ese hijo aprenderá lo que son hermanos y hermanas en el diccionario porque jamás los tendrá. Tampoco tendrá tíos o tías... Ésa es la realidad. En China no hay libertad. Ni de pensamiento, ni de reunión, ni de religión.

P. China se está preparando para un gran acontecimiento este verano: los Juegos Olímpicos. Pekín cree que ésta es una buena oportunidad para proyectar una imagen distinta del país...

R. Los Juegos duran exactamente 18 días. Los derechos humanos son permanentes. Hablaremos de las olimpiadas en China hasta agosto. Después de ese mes no se volverá a hablar de ello. Cierto es que los Juegos son una oportunidad para que se enfatice el tema de los derechos humanos. Pero si los países no intervienen, no actúan, no emplean algún tipo de bloqueo con China..., seguiremos contando muertos. Ya sean del laogai o de Tiananmen.

P. En su opinión, ¿cómo debería actuar la comunidad internacional con China?

R. Estados Unidos no tiene relaciones con Cuba. Ni con Corea del Norte. Y sin embargo, Bill Clinton negoció acuerdos millonarios con el régimen chino, una dictadura comunista corrupta. George W. Bush recibe sin sonrojo al presidente de China... Podría seguir... Su país, ¿qué hace su país? Nada, como el resto del mundo. Nadie hace nada. ¿Y por qué? Por el dinero. Ésa es la única razón. Hay mucho dinero en juego.

P. ¿Está cansado? ¿Enfadado?

R. No estoy enojado. Ya se ha terminado. Ha terminado [se emociona e intenta contener las lágrimas]. Aunque a veces siento que todavía estoy allí. Y entonces veo a Bush dando la mano y la bienvenida al líder de China... Eso es terrible. Tras la II Guerra Mundial existieron los juicios de Núremberg... ¿Qué pasa con China? [No hacía falta preguntar si está cansado. Su cansancio lo arrastra desde que abandonó su país hace más de dos décadas. Desde entonces ha vuelto en varias ocasiones. Una de ellas, para filmar secretamente un documental de CBS de la serie 60 minutes sobre los laogai. En esa ocasión hizo un testamento antes de abandonar California...].

P. ¿Qué recuerdo le atormenta más de aquellos días?

R. Tengo muchos, todos ellos terribles, pero uno de los que más me obsesionan es aquel día en que ayudaba a otro preso a recuperarse y... finalmente lo mataron. Se murió. De hambre. Era el silencio. Allí estábamos todos tumbados, era de noche, unos al lado de los otros, apretujados por la falta de espacio. Todos callados. Nadie se reía. Nadie gritaba. Nadie lloraba. Todos los días llegaba gente. Todos los días se llevaban a los muertos. El idioma que se hablaba era el de la muerte. "¿Donde está el señor Lee?". "Se lo llevaron como un rollito de primavera". Terrible.

P. Usted ha vivido para contarlo...

R. Sí, pero no soy un héroe. Si eres un héroe, te mueres. Cuando eres un héroe rechazas los interrogatorios. Si luchas, te mueres. ¿Querían que reconociese un crimen? Reconocí mi crimen. Lo que sea. Abandoné mi condición de ser humano. Me reduje de un ser humano a un títere.

P. ¿Llora?

R. Durante muchos años no sabía lo que eran las lágrimas. Nunca lloré. Escuchaba a la gente muriéndose y no sentía nada. Cada mañana me levantaba e iba a trabajar. Así era todos los días, durante 20 años. Por la tarde, cuando regresaba era para buscar comida. Robaba la comida de otros. Me iba a dormir. Eso era todo.

P. ¿Sigue siendo católico?

R. No. Era católico. Era católico cuando tenía 20 años. Después, durante 20 años en el laogai... Dios no me sirvió.

P. ¿Cuándo dejó de ser Wu Hongda para convertirse en Harry Wu?

R. Desde que llegué a Estados Unidos cierro la puerta de mi casa con cerrojo para no dejar entrar al pasado. No quiero saber nada de la política, no quiero leer periódicos. Sólo quiero disfrutar el resto de mi vida. Aunque eso es muy difícil. Pero soy un hombre libre. Me acuerdo de tanta y tanta gente que no es libre... Tantos y tantos. Tú no entiendes, nadie entiende. Tengo 71 años y el final de mi camino está próximo. No me importa. Casi crucé esa línea dos veces. Ahora soy Harry Wu. Un hombre libre. Con una esposa y un hijo de 10 años, Harrison. No me importa ya cuánto tiempo me queda.

Ahora el cambio de ciclo puede esperar

Ahora el cambio de ciclo puede esperar

Llegaba el Manchester a Barcelona como el definitivo acicate de una plantilla azulgrana que ha dejado de creer en sus posibilidades. En el juego colectivo, en la búsqueda de una identidad llamada a marcar época, en la consecución de un ramillete de títulos más amplio que el hasta ahora logrado. En definitiva, el Barcelona parecía llegar a estas semifinales casi sin quererlo. Ante ello, el peor contexto posible lo pintaba el rival: un Manchester United al que nadie se atreve a tildar de inferior en cualquier competición. Formado por un crepúsculo de jóvenes y maravillosos futbolistas que intimidan tan solo con salir al terreno de juego, la Champions League se presenta como el espejo ante el que los ingleses se miran para consolidar este proyecto de cara a un futuro cercano y proyectarlo a un fútbol mundial que se rinde con pleitesía.

Dos años atrás un empate a cero hubiera sido un mal resultado para un Barcelona que ahora tiene en el Manchester un fiel escudero del estilo propugnado entonces. Sin embargo, el tortuoso camino que los catalanes se han empeñado en recorrer desde entonces promociona las oportunidades del Barcelona que, en el caso de haber recibido ese gol de penalti en el primer minuto, ahora estaría eliminado. Ese fallo pareció otorgar la confianza a un cuadro que realizó uno de los mejores partidos que se recuerdan en las últimas temporadas. Posesión, salida rápida del balón y la búsqueda del camino fácil como señas de identidad que anularon al Manchester. Ni Rooney (sólo un escalón por debajo del fabuloso Cristiano Ronaldo), ni Tévez, ni Schooles en el ataque y en la medular eran capaces de soportar los finos alambres en los que se sostenía ante la mejora del Barcelona anoche. Mejora dentro de esa enfermedad en la que la falta de gol fue el único síntoma preocupante que los de Rijkaard dejaron anoche.

Pero igual que antes del partido el Barcelona no apostaba ni por si mismo para estar en la final y el Manchester rechistaba sobre su ego sabiéndose superior, la segunda parte de esta eliminatoria dilucidará si el cambio de ciclo se reflejará a favor del Barcelona, no sin dejar de lado las penosidades que le han acompañado hasta el momendo, o del Manchester United para abanderarse como el ciclón de esa maravillosa esencia que lleva consigo la Premier. Con Deco, Messi, Márquez e Iniesta en plena forma este Barcelona puede soñar con llegar a la final. El camino lo emprendió ayer. Para el próximo martes tan solo quedará el gol. Entonces, el cambio de ciclo sí puede esperar.

La proximidad de un bulto

La proximidad de un bulto

Tiempo atrás había sentido la necesidad de acudir al médico. Había notado un pequeño bulto debajo de sus pechos. En un principio no era muy alarmante, pero viendo sus antecedentes familiares y la tranquilidad con la que la conciencia descansa cuando el especialista te observa, decidió acudir para dejar de sentir esa necesidad. En casa, había dejado la maleta preparada para enfrentarse a lo peor. A una posible realidad que tan sólo quería ver con el rabillo del ojo.

Mientras él, había dejado de saber cómo ayudarle. Aunque no lo demostrase, la amaba con todas sus fuerzas porque tenía muy claro lo que representaba en su vida: la figura que encuentras y a través de la cual gira una estabilidad que sólo su sonrisa le proporcionaba. Es cierto que los guiños de complicidad cada vez eran más escasos, pero nunca había dejado de quererla. Tanto para él como para un futuro en el que sonaban campanas con un tono cada vez más grave. Sin embargo, su amor por ella no daba tregua cuando ella y su bulto se alejaban. A poco que la recordaba, también estaba presente lo que sentía por ella. Y eso le castigaba si miraba atrás, sencillamente porque se había enamorado de la persona, del cariño, de las eternas batallas, de sus sueños, de su bulto.

Las pruebas tardaron en llegar. Mientras, ella vió que sin su apoyo, esa dura lucha por mantener la esperanza multipolar no merecía le pena. Decidieron alejarse el uno del otro. Quizás para siempre. Quizás para que fuese ella sola la que se tocase los pechos y dejase de sentir ese bulto disfrazado de malestar e incomodidad. Quizás para salir del hospital y encontrárselo esperándola a las puertas del mismo. Quizás para que, en un gesto macabro, él quisiese que fuese algo más que una simple revisión médica y de esta manera no despegarse ni un solo segundo de ella.

Oficio a cambio de miedo

Oficio a cambio de miedo

 

A lo largo de toda la temporada, el Valencia ha sufrido un auténtico pandemonium. Cada paso que desde la directiva se daba servía para exponer públicamente unas vergüenzas que han llevado al equipo hacia el abismo, la humillación deportiva. Deprimidos en su forma y en su fondo, esta plantilla, configurada para grandes hitos, no ha sabido hacer frente a las expectativas que se esperan de su calidad, herida quizás en todos y cada uno de los movimientos de ilógica imperfección que desde las altas esferas del club se han llevado a cabo. Pero el fútbol es de los futbolistas. Y la final del miércoles dejó bien claro que la esquizofrenia en la que están inmersos los valencianistas sólo se cura desde dentro. Desde el papel de psiquiatra que los futbolistas han de sacar cuando la enfermedad ya está expandida. Esta final de Copa era un inmejorable escaparate para demostrar que esta locura tenía solución. O en parte. Y el Valencia se agarró a sus mejores jugaores para empezar a salir de ella ahora que la temporada se acaba.

La receta fue el oficio. Eso y que enfrente tenía a un cándido Getafe que se presenta ante los mayores de su clase con un respeto, llamémosle, preocupante. Ya le pasó el año pasado en su primera final disputada ante el Sevilla (3-0 para los andaluces), y esta temporada con la agónica-sorprendente-esperanzadora eliminatoria de cuartos de final de la UEFA ante el Bayern de Munich. Ayer volvió a repetir ese papel que otorga un permiso en el caso de derrota pero que trae consigo un desconfiante tufo a equipo pequeño. A no competitivo. A proyectos imperfectos. Con una historia tan romántica y dulce, todos nos hemos hecho un poco del Getafe, pero con el ahínco de almas desconocidas no se ganan ni novias ni loterías. Y mucho menos, títulos.

Así, ese Valencia estableció un estrecho margen de permisibilidad desde el primer minuto. Con un soberbio Baraja, acompañado de Silva y Villa en el triángulo de la culminación, los chés ya mandaban por 2-0 en el marcador en el minuto 10. Esa es la diferencia entre quien sabe qué es una final por la experiencia adquirida a lo largo de su historia y quien se sabe finalista por los incontables méritos de los que ha hecho gala. Los primeros -Valencia- se agarraron al orgullo de unos futbolistas que aún deben demostrar mucho más que las pinceladas que han dejado esta temporada. Los segundos -por obviedad el Getafe- aún deben aprender las consecuencias de la ingratitud que el fútbol te proporciona. Ya colecciona algunos cachitos.

Esos dos goles supusieron para los de Laudrup un choque de civilizaciones en los morros. Se dieron cuenta de lo que es la infererioridad. Miraron atrás y en ese momento parecieron entender que el mundo de los pobres aún quería mucho de ellos. Como si el éxito o la heróica no fuese con su forma de andar o de vestir. En definitiva, con un impasible estilo que Granero quiso apartar él solito moviendo al equipo con la velocidad que los pulmones agotados te otorgan. Así llegó el penalti sobre Contra que anotó el canterano madridista. Gol. Mientras hay vida hay esperanza.

Pero esa esperanza quedó dinamitada con la primitud con la que el Valencia volvió del vestuario. El mundo valencianista contra Granero. El coloso en llamas. Testarazo de violencia, casi insultante y la Copa para una ciudad que no se conforma con este estado del bienestar que la felicidad efímera otorga. La experiencia contra el incrédulo ímpetud. Dos trayectos que se cruzan. Mientras tanto, la cabeza de Koeman sigue oliendo a pólvora y Getafe a derrota. Mucho oficio para tanto miedo.

Una isla operada a corazón abierto

Una isla operada a corazón abierto

¿Ha cambiado algo en Cuba? ¿La delegación de Fidel Castro en su hermano Raúl se reflejará en una transición política o tan sólo será una sucesión presidencial, casi dinástica? Hasta la enfermedad de Fidel, la imagen que el país comunista reflejaba al exterior -proyectada por el espejo norteamericano- era la de una isla políticamente incorrecta, terriblemente gobernado por un dictador y en el que las libertades de los ciudadanos se convertían en una quimera en la que sólo el turismo de complejo y playa era la única inyección para un país ahogado económicamente prácticamente desde la Revolución. 

Ahora que Fidel se ha alejado físicamente del complejo mapa que la isla representa en el escenario internacional, su hermano menor tiene la obligación de acercar la isla a un panorama que la espera con los brazos abiertos después de años de aislamiento en los que su vecino mayor se ha encargado de que no quedase ni un ápice de duda sobre el mismo. Embargos de diversa índole o intentos de asesinato son algunos de los hechos que ponen de manifiesto la incomodidad que para Estados Unidos supone esa piedra en su talón del mapa mundial. 

Y es que Raúl Castro debe suponer para Cuba ese calzón que progresivamente quite las incomodidades que ha supuesto la isla. En sus manos está que este cambio de poder se transforme bien en una verdadera transición, bien como un disfraz manido donde la figura del hermanísimo siga planeando sobre las cabezas pensantes del Régimen. Entonces el papel de Raúl quedaría limitado a gestionar más que a dirigir. En este sentido, la ubicación de un político tan rígido como José Ramón Machado Ventura en la primera Vicepresidencia, se deshace, en buena medida, el espejismo insular. Sin embargo, existen varios factores en el continente latinoamericano que despiertan la idea de un verdadero cambio en las próximas fechas. 

En primer lugar, el papel que Hugo Chávez ha adoptado como el nuevo libertador del continente. El presidente de Venezuela ha sabido armar un grupo de países semialineados junto a él que restan poder a las miradas que Washington ha proyectado a su patio latinoamericano durante la última mitad del siglo XX. Así, el nicaragüense Daniel Ortega, el bolivariano Evo Morales o el ecutoriano Rafael Correa se han convertido en soldaditos de plomo dispuestos a ser irreductibles en esa causa. Hasta ahora, Fidel era el Comandante en Jefe de todos. Ahora Raúl tiene el ojo, veremos dónde pone la bala. 

Por otra parte, y como dedo acusador de todas las actividades realizadas por la vecindad, el colombiano Álvaro Uribe está dispuesto a trabajar codo con codo con lo que queda de la Administración Bush en pro de una Latinoamérica sin reductos guerrilleros y/o revolucionarios donde la economía de mercado se erija como elemento de denominación común.

Junto a estos factores de coalición territorial –y de plasmación ideológica- Cuba, en general, y Raúl en particular, tienen otro hecho a su favor para cambiar esa imagen de dudoso reconocimiento que hasta ahora han otorgado. Las próximas elecciones en Estados Unidos marcarán el devenir en las hasta ahora infructuosas relaciones que cubanos y norteamericanos han desarrollado hasta el momento en las que el lobby disidente parece haber marcado la pauta a la hora de deshacer lazos entre ambos países. Por ello, sea quien sea el vencedor en la carrera a la presidencia norteamericana tendrá en su agenda una revisión de las ahora inexistentes relaciones entre ambos y en las que Raúl Castro debe ser un eje fundamental en las mismas. 

Para ello, el hermano pequeño de Fidel debe cambiar de rumbo que este emprendió tras la Revolución para que Cuba deje de dar esa imagen de patio trasero en el que las libertades se habían convertido en una quimera. No obstante, ahora cuenta con un respaldo económico de Caracas que se puede convertir en una trampa a la hora de mostrar ese esperado cambio de rumbo. 

Mientras tanto, Fidel mirará desde el horizonte. Sabedor de que hasta su enfermedad sus miradas se proyectaban verticalmente, ahora su hermano tiene la oportunidad de equipararlas a modo horizontal, Europa y los propios Estados Unidos son los primeros que desean que así sea. El Vaticano y la comunidad iberoamericana –con España a la cabeza- ya han hecho un primer guiño para que las cosas en Cuba empiecen a cambiar en manos de Raúl Castro. ¿Transición o mero cambio presidencial? El tiempo lo dirá pero si Cuba quiere modificar la imagen que tras de sí ha dejado a lo largo de estos últimos años, muchos son los factores a favor que Raúl tiene para que, lo que ha empezado así, se transforme en un verdadero paso de transición.